martes, 12 de marzo de 2013

Un año. Una cajita

Un año. Exactamente a las 10:30 pm del viernes 21 de Agosto se fue.
La respiración simulaba un avión cayendo en picada.
Los ojos desorbitados no reconocían a nadie.
Los tres hijos esperando lo inevitable.
Mi oído pegado a una puerta café.
La enfermera haciendo el papeleo que informa muerte.
El esposo recordando. La madre llorando en el otro cuarto.
La hermana acompañándola sosteniéndole la mano en el viaje del que no la podría traer de vuelta.

21 de Agosto. Ese fue el día que marcará su muerte. 
Hablar de la muerte no es fácil. Y menos de alguien que todavía sigue acá, en cada historia.
Yo cerré sus ojos. La piel marchita, amarilla y gastada. Las piernas hinchadas. El cuerpo agotado. 
Ella esperó a que sus tres hijos estuvieran cerca.
Yo me despedí el miércoles, le dije que se fuera tranquila. Que ya era tiempo de descansar.
Sólo me dijo que le daba miedo. 
Unas noches antes me dijo que Dios la había abandonado.
Eso dijo. 

Cáncer. 

Entre remedios. Entre pelucas. Entre misas.
Muchos días en esas.
Cuéntame algo, me dijo después de despertarse de algo parecido a un coma. 
Cuéntame.
Y yo le conté trivialidades. Pero, qué es la vida sin eso?
Ella tosía. 
Yo sólo acariciaba su espalda mientras le contaba de las clases, el trabajo, el hombre que no quería y los libros que no había leído. 
Ella sólo pedía perdón por toser tanto.
Quería un jugo de manzana, de esos de cajita. Frío decía. Bien frío.

Los sábados me quedaba en su casa.
Luego cuando crecí, ella se quedaba en la mía. 
Desayunábamos juntas y fue la voz presente cuando mamá no estaba. Mucho trabajo.

Jueputa!
Jueputa. Almohada. Llanto. 
La señora murió. Ella ya está muerta.
Palabras insulsas en un momento de palabras inútiles.
Claro que había muerto. Su hijo mayor sólo pudo decir eso. Contuvo su madrazo con una almohada que trató de frenar las lágrimas. Palmadas en la espalda. Tranquilo. Tranquilo.

Cáncer.

Sólo recuerdo sus ojos cerrados.
Su piel amarilla.
Su cabeza calva. Odiaba la peluca. La acaloraba.
Ella terminó en una cajita. 
Mi tía terminó en una cajita. Hecha trizas, polvo y cenizas. 

Horno.

Los dos días del velorio salió el sol.
Los días siguientes le hablé como si estuviera a mi lado.
Los días pasaron y soñaba con ella. La soñé bien. Sonriente.
Hay días en que se me escapa de los sueños.

Rabia.

Se fue.
Se la llevaron.
Dónde estará? Quién se la llevó y a dónde?

Sólo quiero no dejar de soñarla. Me habla. Y me dijo que quería volver a manejar. 

Un año. el 21 de agosto de 2010. Una misa. 
Su nombre lo leyó un padre que jamás la conoció.
Yo me apreté los ojos con fuerza para no llorarla.
Se me escaparon todas las lágrimas. Todas las de estos 365 días con sus minutos y sus sábados tardíos y solos.

Y si vuelves?
Vuélvete a reir.

___
Gracias a Natalia por hacerme llorar, me tocó allá adentro. 

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