El gobierno Nacional anunció un cambio en la reglamentación del transporte
público particular para hacer una diferenciación entre los servicios básicos,
que serían los taxis tradicionales, y los servicios de lujo, como los que ofrece
Uber. A pesar el revuelo causado en redes sociales y en medios de comunicación
el decreto no resuelve los principales problemas y se enfoca en el negocio de
los empresarios y no en las soluciones para los taxistas ni mucho para los
usuarios.
Alrededor de los taxis, el decreto se concentra en establecer que el
servicio que estos prestan es considerado “básico”, en palabras del decreto
esto quiere decir que se enfoca más en la frecuencia en la que uno puede
conseguir el un vehículo en la calle y un precio bajo que garantice acceso para
la mayoría de las personas. Por su parte, para los servicios de lujo, establece
condiciones de calidad y accesibilidad diferenciadas que se cargan a la tarifa
final del usuario.
Hoy en día, el sistema de prestación de servicio de taxi no genera rentas
para el Estado y deja en completa vulnerabilidad a los usuarios y a los
conductores. Por un lado, en una ortodoxa interpretación de las leyes del
mercado, el Estado no tiene cómo regular el número de taxis que circulan en una
ciudad y tampoco tiene muchas herramientas para corregir las fallas en su
servicio. En Bogotá, por ejemplo, los cupos están congelados, lo que quiere
decir que no deberían entrar a circular nuevos taxis a no ser que estos vengan
en reemplazo de uno anterior. Los dueños de los taxis pueden entonces mantener
un monopolio que controla los cupos o venderlos al mejor postor.
Hoy en Bogotá se negocia el cupo de un taxi en alrededor de $110 millones,
la transacción no pasa por el Estado, no paga impuestos ni genera recursos para
fondos que permitan dignificar el trabajo de los taxistas o garantizar su salud
o pensión. Cuando alguien tiene el cupo y el taxi para operar puede aparecer
ante una empresa afiliadora para que esta expida las tarjetas de operación a sus
conductores, un solo taxi puede tener hasta tres turnos diarios, por ende,
puede operar hasta con tres tarjetas diferentes. Las empresas afiliadoras
además de cobrar por el servicio de afiliación prestan tiene diferentes tipos
de garantía de usuarios: vales, radioteléfonos, aplicaciones web. Si un taxi
usa alguno de estos servicios debe cancelar un valor adicional. Finalmente, un
taxi puede estar afiliado a varias empresas, lo que le permite usar varias
frecuencias de radio y tener mayor radio de alcance de clientes, por ejemplo,
un solo taxi puede prestar el servicio a través de TaxExpress, tener radio
teléfono de Taxis Libres y usar EasyTaxi y Tappsi para conseguir clientes.
Los taxistas, no las empresas, son los responsables del servicio. Esto
quiere decir que es potestad suya llevar o no clientes, mantener en buenas
condiciones el taxi y además son quienes deben hacer frente a accidentes, robos
y otros asuntos. Normalmente un taxista arrienda a un propietario el taxi por
un determinado número de horas (un turno varía entre 8 y 16 horas) y paga el
equivalente del arriendo, en promedio para un turno de 8 horas debe cancelar
$65.000 pesos diarios y ponerle combustible al vehículo (a gas $30.000, a
gasolina $60.000). Esto quiere decir que para generar ganancia un taxista con
un carro a gasolina debe hacer carreras por valor equivalente por lo menos a
$130.000.
Los usuarios no tienen formas para protegerse de las malas prácticas de los
taxistas que dependen del anterior sistema. Por ejemplo: no cuentan con un
sistema de verificación de los taxis que les permita saber que todo taxi que
toman es seguro; tampoco pueden exigir calidad en el servicio, el decreto es
claro en establecer que esta solo se puede obtener en el servicio de lujo; no
existe una sanción para quien se niegue a prestar el servicio; no hay botones
de pánico que permitan evitar robos o paseos millonarios.
Lo ideal sería que algunos de estos problemas se resolvieran: los cupos
deberían ser propiedad del Estado y deberían ser subastados cada cierto tiempo,
5 años (la vida útil normal de un taxi) estaría bien. En las subastas solo
deberían participar empresas dueñas de los vehículos o con promesa de compra
del número de vehículos por los que participarían en las subastas, con
conductores empleados con contrato formal.
Con los recursos provenientes de la subasta, el Estado podría fortalecer el
sistema de vigilancia y control para establecer sanciones más robustas a las
empresas que no cumplan con requisitos de calidad, que hayan prestado servicios
inseguros o que se hayan negado a prestar el servicio. Las sanciones podrían ir
desde multas hasta la revocatoria de la tarjeta de operación.
Para los usuarios generaría un sistema con una empresa responsable que
podría ser sancionada y que podría tomar acciones para garantizar que los
conductores no cometieran imprudencias ni abusos. Para los conductores podría
generar condiciones de seguridad física y laboral. Para los empresarios, sería
una forma de fortalecer y formalizar sus negocios y crear incentivos para
invertir y crecer. Para la ciudad, la subasta de los taxis podría ser un
generador importante de recursos, con el estimado que hay 50.000 taxis en
Bogotá y cada cupo cuesta $110 millones, en una subasta el Estado podría
quedarse con $5,5 billones, más que el valor de lo que la ciudad debe poner
para la Primera Línea de Metro o la mitad de los recursos estimados para
arreglar la malla vial de Bogotá.
Un esquema similar podría funcionar para el servicio de Uber y sus pares,
una subasta de cupos en la que podrían participar empresas legalmente
constituidas y dueñas de vehículos. En este caso, podrían exigirse
características de mejor desempeño, por ejemplo, mínimo de horas de
capacitación para los conductores, especificaciones técnicas más altas para los
carros, entre otros.
Como las realidades de las ciudades son diferentes, el Gobierno Nacional
podría delinear algunos asuntos de manera general y darle la potestad a la
ciudades de más de 100.000 para que resolvieran cuestiones propias de sus
particularidades.
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