domingo, 10 de abril de 2016

El charco

El charco no se secaba, no había forma de acabar con su fuerza, podían pasar días de cielo azul y calor penetrante, allí seguía, como si alguien se encargara de llenarlo de a pocos en la noche. A veces, su tímida presencia apenas eran unas gotas al lado de la piedra mojada, a veces se chorreaba por ella. Ese era el centro de nuestros juegos. Por supuesto, el popular dicho de que el agua es más fuerte en la piedra terminó siendo cierta, allí se reunían perros y mirlas a tomar agua.

Éramos 5, como las mujeres nos superaban en número no podíamos sentar nuestra voluntad y debíamos dedicarnos a los juegos que ella prefirieran. Cuando eran los escondites, ese era el puesto privilegiado para contar y buscar a los demás. Estaba en pleno barranco, daba vista para arriba y para abajo, tenía pocos árboles alrededor pero sí cientos de piedritas, una carrera para salvar al resto de la cárcel parecía imposible. Era cerca a la entrada de la casa, garantizaba protección en el desafortunado evento de un aguacero repentino, entrada al baño y comida.

El favorito de todos era hacer sopas, porque incluía usar el agua que siempre estaba allí, no era un torrente, entonces apenas servía para ensuciar nuestras manos y bocas. Usábamos otras piedras como cuchillos y diversos tipos de hojas y pastos para simular ingredientes de las sopas que tomábamos en casa. El raygrass hacía las veces de la cebada, la sábila se nos antojaba parecida al apio y los coquitos de los eucaliptos eran perfectos crutones. El juego incluía un enorme esfuerzo por encontrar los ingredientes, decidir quiénes harían de cocineros, quién sería el solitario mesero y a quién habría que atender. Un bello ejercicio de democracia infantil, incluía votos y búsqueda de consensos, las mayorías no aplastaban a las minorías, toda una utopía.

Crecimos y cuando volvimos a revisar los pasos del pasado, la piedra había desaparecido, tampoco temo que haya sido el poder del agua, en años había apenas podido hacer un hueco en su superficie. Algún vecino seguramente encontró un mejor uso, un desbarranco, la necesidad de un parqueadero. La fuerza se secó, nuestra niñez, también.

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Les invito a leer este cuento, escuchando: https://www.youtube.com/watch?v=tOFVLybPeqk

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