domingo, 11 de marzo de 2012

Caldo ejecutivo de paloma


Dos indigentes peleándose por un jabón, era una pelea a muerte con movimientos torpes donde se jugaba el derecho a estar limpio ese día, a no parecer un indigente, porque a los indigentes se los llevan para procesarlos y hacer más jabón, así como a las palomas, gatos y perros callejeros los procesan para hacer esas salchichas babosas que tienen los perros calientes baratos que venden afuera de las universidades.

A eso de las nueve de la noche salgo todos los días a trabajar, por suerte mi ruta es una avenida concurrida donde puedo caminar sin que me atraquen o tendría que tomar bus
como cualquier infeliz, el lugar donde trabajo queda a unos veinte minutos en una zona de rumbeaderos, restaurantes de corbatín y sex shops estrato alto, es en uno de estos donde aparentemente trabajo de lunes a sábado, pero no.

¿A que sabrá una paloma? Supongo que a pollo agrio pero no pienso averiguarlo, las palomas son una maldita plaga escarbando sin pudor entre la basura, el símbolo de un pajazo mental al que llaman “paz”, benditas las ratas que se esconden bajo tierra donde la gente entre tubos manda sus vergüenzas. Una de las ventajas de trabajar de noche es que en el camino no me cruzo con palomas, de vez en cuando una hermosa rata que sale de una alcantarilla y cruza el andén corriendo para subir por una canaleta, sin pretensiones, sin el más mínimo ruido, sin querer molestar a nadie.

Intentar envenenar palomas es inútil, hace un par de años un buen ciudadano envenenó
centenares en la plaza principal, al día siguiente la alcaldía trajo centenares no se fuera
a perder la imagen de pueblucho colonial y tercermundista, mientras en el noticiero
entrevistaban a un anciano pobre que había recogido unas cuantas de las muertas para
hacerse un caldo, de buenas si le toca algo del veneno y encuentra la paz de la paloma.
Con hambre la gente come hasta mierda, por eso les va tan bien a los que venden esos
perros calientes en la calle.

Es la peor noche de todas, la noche del viernes, un desfile de primates obtusos
intoxicándose con lo que encuentren en la incesante búsqueda de un orificio corporal que
dé sentido a sus vidas, apuro el paso para huir del alboroto y entro por fin a uno de esos
sex shop elegantes, saludo al par de empleados de turno y sigo hasta el fondo, sólo yo
tengo la llave de la puerta de una bodega que en realidad es una escalera por donde se
llega a mi negocio: misericordia, yo ofrezco compasión a cambio de unos cientos de miles
de pesos.

Le explico de qué se trata mi oficio, a usted que es buena persona y que no se imagina
que en esta ciudad exista un negocio tan caritativo como el mío: La persona entra, paga
y puede golpear a un enano por quince minutos, me encargo de cobrar el servicio y de
cuidar a los enanos a través de cámaras de seguridad, los clientes son yuppies, altos
ejecutivos que tienen dinero para pagar tan elevado nivel de desahogo, reconocidos
empresarios que sueñan con un principado en el mediterráneo, grandes hombres de

mundo que gozan de el exorcizante placer de magullar a un enano, de sacar a coñazos
toda la mierda que se ha reprimido durante el día, el instinto primitivo de abrirle el cráneo
a otro simio por colarse en la fila, por pasarse un semáforo con la luz roja, a sus mujeres
insípidas que nunca se callan y tienen mal sexo, al lame escrotos que asciende de
puesto, al que rayó el carro por pura envidia, al mesero malaleche, al portero que no
contesta el saludo, a cualquier hijueputa que respire el mismo aire.

Es un trabajo bastante monótono, prefiero alternar las cámaras de seguridad con
caricaturas viejas, soft porn o comedias de los noventa, cualquier basura de esas que
transmiten a la madrugada, pues aquí después de un par de semanas me acostumbré a
ver golpes sordos, de vez en cuando a algún loco le da por llorar su frustración, pero rara
vez se sobrepasan, son niños de bien con manicura y piel de seda. Un enano es bastante
difícil de reventar, si es que antes de estar aquí los contrataban por unas miserables
monedas para disfrazarlos de payasos o de superman y los tiraban en medio de una
plaza de toros a correr y esquivar cornadas mientras una chusma borracha se reía de
semejante ternura.

Aquí es diferente, esto no es barbarismo, es una terapia psicológica donde el paciente
mediante un acto salvaje que le ha sido prohibido por sus leyes morales libera todas
sus cargas, luego de tan exigente actividad física viene el cansancio y la liberación de
endorfinas, lo que viene siendo un orgasmo, sosiego, el nirvana, la paz de la estúpida
paloma; y estos enanos más que boxeadores son psicólogos, solo tienen que permanecer
de pie sin decir nada mientras el otro descarga sus frustraciones, a cambio tienen una
paga mejor que la de cualquiera y por supuesto un servicio médico, o si no se acaba el
negocio y nadie le daría descanso a el ejecutivo moderno, caridad es darle la oportunidad
a un rico agobiado por su horrible realidad para que elimine toda su frustración, se van
tranquilitos a dormir como bebés en lugar de lanzarse de una azotea o irse a un club a
matar gente.

Poco antes del amanecer termina la jornada, felices como enanos se van mis empleados
cantando rancheras camino a algún puteadero, o como ellos dicen: “al castillo a salvar
princesas”. Yo vuelvo a mi acostumbrada ruta esta vez de regreso a casa, caminando por
sobre la basura que tapiza las calles de una ciudad desolada, ya no hay gente ni alboroto,
solo se oye a veces algún trinar de los pocos pájaros que no se han muerto de respirar
humo y que se niegan a escarbar entre la porquería, aprovechan como yo para ver el
amarillo del alba sobre la niebla que aún no se disipa, espero dormir bien al llegar, ayer
tuve un sueño absurdo sobre indigentes que se peleaban por un jabón.

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David ya había sido invitado a participar en El Bayabuyiba y juntos escribimos una historia lúgubre. Esta entrada es la bienvenida a @noyereve que se volverá co-autor de este blog y a partir de ahora las entradas que yo escriba serán ilustradas por él. Bienvenido David a esta experiencia.

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