Había salido de Yopal a las 4 en punto con intención de tenerles la sorpresa a mis hijos cuando llegaran del colegio de quién les había cocinado el almuerzo era su papá y no su mamá. Pasamos con alguna dificultad los pasos feos de la carretera, no había llovido en unos tres días, pero Quebrada Negra y Huerta Vieja siempre estaban cubiertas de ese barro negro que normalmente los cubre. No había polvo, todo era lodo, un lodo que de día se traga los rayos del sol y que en la noche no dejan distinguir entre el barranco y la vía. Un retén de vendedoras de arepas y gallina nos había hecho la parada en ese sitio y muchos, me incluyo, aprovechamos para desayunar la dieta colombo-francesa que tanto le gustaba a mi papá, un pedazo de pan francés y una colombiana al clima. Chistoso pensar en mi papá porque la emisora acababa de poner México Lindo y Querido, una de sus canciones favoritas.
Cuando terminamos de comer nos subimos al bus y con la barriga llena pretendía darme un sueñito fácil. En Curisi comenzó a llover y cuando pasamos el Parador del Cusiana el bus decidió no parar, todos habíamos comido y orinado metros atrás. La Rocha estaba llena de una blanca niebla que no nos dejaba ver el tímido sol que apenas asomaba a lo lejos, en la finca ya debía estar clarito, las vacas ya estarían ordeñadas y las labores diarias estarían comenzando. En mi casa los niños estarían poniendose el uniforme o tomando el desayuno. Pasamos la Peña de Gallo y cuando yo ya me sentía en Sogamoso nos pararon un par de niños.
Estaban vestidos de militar, no tendrían más de 12 años. Bájense, requisa, estamos buscando un par de oligarcas hijueputas. Eso les entendí a lo lejos. Menos mal saben por quién vienen y seguro se equivocan de bus, porque los ricos de veras ricos viajan en avión. Ese privilegio es para una o dos veces al mes, nunca para un viaje de última hora. Todos aquí somos clase media que necesita hacer vueltas temprano en Sogamoso y depronto se devuelve en el bus de las 4 de la tarde. Otros, como yo, están buscando la forma de saludar temprano a la familia y darse un buen beso con la esposa.
Todo pasó muy rápido, depronto estábamos todos de vuelta en el bus. El conductor con un arma en su cabeza, una señora llorando, un señor rezando, yo no podía pensar bien. En vez de seguir a Sogamoso por la carretera, el bus giró a la derecha en Vado Hondo y siguió rumbo a Labranzagrande. -Nos jodimos-, pensé. No había nada que hacer, una vez en Labranza nadie iba a salir rapido. Si se llegaran a enterar para quién trabajo yo me voy a quedar en la selva por muchos años, nunca podrán pagar mi rescate. Hice una cosa que no hacía desde la muerte de mi papá. Me puse a hablar con Dios, le pedí que le diera fuerzas a Eliane para cuidar de los niños, a ellos que les diera lo suficiente para que siguieran estudiando y que por favor tuvieran un sano recuerdo mío. Pensé en mi mamá y se me agüaron los ojos, ella que ya había sufrido tanto en la vida y merecía un tranquilo descanso tenía ahora que sufrir la muerte en vida de uno de sus hijos. Pensé en las cosas que me faltaron hacer, comprarme un rancho bien lejos, armar mi fundo en el llano llano, en ir a viajar en carro por Sudamérica con mis hijos como hice con mi mamá cuando estaba en la universidad. Me faltó tener una niña, hacer más amigos.
En un punto nos hicieron bajar y caminar a la orilla de un río. Otra vez mi papá, me acuerdo que en ese río nos bajábamos a orinar cuando veníamos a Labranzagrande. Al bus le prendieron fuego, -para que los hijueputas esos del ejército aprendan-. Aprendan qué, que ellos pueden quemar buses, serían muy idiotas si no lo supieran, eso sale en las noticias todos los días. Me quedé viendo al niño que llevaba el arma más grande. Debe tener casi la misma edad de Santiago, mi hijo mayor, si viviera en nuestra casa tendría la misma diferencia de edad que Fernando y yo. Seguro pelearían mucho. Con seguridad no tendría esa cara de odio, lo peor es que puede que la tenga, hace tanto no veo los ojos de mis hijos.
Caminamos unas dos horas, nos desviamos de la carretera y ya estaba seguro que no íbamos rumbo a Labranzagrande. A dónde nos llevaban, podía ser a Pisba o Paya. Podían hacernos caminar por el piedemonte a la Zona de Distención. Menos mal nadie se iba a enterar pronto de esto. Unos helicópteros sonaron a lo lejos, nos salvamos, nos mataron. Nadie sabe. -Vamos a ver si esos hijueputas tienen tantas ganas de cascarnos ahora-. La caminata duró unas tres horas más. El sol estaba alto y en esas peladas montañas de páramo nos quemaban sus rayos y la terrible combinación de frío, viento helado y deshidratación. Unas dos horas después de caminar por el páramo comenzamos a bajar y estuvimos rodeados de selva húmeda por otras dos horas hasta que llegamos a un campamento. Parecía nuevo, estaba desordenado y con poca infraestructura. Nos dieron una sopa rala y nos dijeron que esperaramos que las órdenes estaban llegando, que ya iba a ver qué hacían con nosotros.
Nos pidieron una dirección y un teléfono donde se pudieran comunicar rápido con nuestras familias. Plata, necesitan plata rápido, el ejército les debió atacar algún campamento y necesitan comida. Menos mal, Eliane puede vender unas vacas o pedir prestado ¿Cuánto querrán? 10, 20, 50 millones cabeza. Dimos los datos y nos fuimos a sentar en un claro donde nos estaban vigilando. Llegó un comandante y fue llamando nombre por nombre. Fui de los primeros, me dieron un teléfono satelital y un parlamento: Hola ______ (espacio para el nombre del familiar) estoy secuestrado, estoy bien, me tiene el glorioso Ejército del Pueblo, las Fuerzas Revolucionarias de Colombia. Necesito que llames al Batallón en Sogamoso y en Yopal y les pidas que paren los combates en el piedemonte. Si no lo hacen nos van a usar de escudos humanos. Viva Colombia libre. Le agregué un abrazo para todos.
Me llevaron a otro claro donde estaban los que ya habían pasado al teléfono y estaban todos llorando en silencio. -Tranquilo gomelo, todo sale bien si el ejército deja de echar bala, si no, pues llore y rece para que Diocito lo reciba con los brazos abiertos-. Por primera vez en mi vida entendí el concepto de la mente en blanco, no podía pensar. Nada tenía sentido. Otra vez helicópteros. Será que Eliana logra hablar con alguien importante, será que tiene cabeza para pensar. Santiago estudia con el Comandante. Santiago sus ojos, tendrán odio. Mi mamá puede hablar con Fernando, él debe conocer a alguien importante en la Fuerza Aérea. Será que mi mamá ya sabe, todavía tendrá lágrimas. Agustín, no había pensado en Agustín, él que siempre vive en su mundo, que no hace daño, que nunca pone problemas. Santiago, jode, jode mucho por favor, pero no hoy. Eliane no te estreses por Dios. Dios haz algo.
La información era muy pobre, que venían a unos 10 kilómetros, que nos prepararan, que se estaban yendo, que nos estaban rodeando, que los helicópteros que habíamos escuchado eran de la petrolera, que era la policía antinarcóticos, que era la FAC. Nada tenía sentido. El almuerzo que planeaba cocinar ya debía estar en la barriga de los tres. La yuca que llevaba se debió quemar en el bus. Nada tenía sentido.
Oscureció y todos seguíamos en ese claro. Estábamos muertos de cansancio pero no conciliabamos el sueño. Ojalá los niños estuvieran dormidos, ojalá Eliane no le haya dicho nada a su mamá en Brasil, ojalá mi mamá pueda cerrar los ojos y no pensar, ojalá nadie rece, pero todos hablen con Dios. Ojalá no aparezca en la casa un cura doctrinero ni las vecinas que cumplen con su cristiana necesidad por el chisme.
A la madrugada nos hicieron caminar otra vez. Morimos me imaginé. Antes de salir nos dieron una aguapanela, que parecía agua con un poco de azúcar morena. Escuchamos tiroteos. -Paren que tenemos a los civiles, si los matan es su culpa- le gritaban a las montañas. -Si ven como es su ejército, los quieren matar, después fijo los ponen como caídos en combate-. -Si los sentimos muy cerca les damos nosotros mismos- volvían a gritar y escuchábamos el eco. Caminamos siempre rodeando a un grupo de unos 30 guerrilleros. Depronto pasamos la cima de una montaña y al otro lado nos encontramos con otro grupo. Ahí se quedó el comandante y nosotros seguimos caminando. Al rato escuchamos carros. Será que estamos cerca a Nunchía o a Támara. Este paisaje de Piedemonte es imposible de identificar. Llegamos a un sitio de una carretera sin pavimentar. Lo reconocí al instante, aunque me pareció extraño que estuvieramos tan cerca de la vía del Cusiana. Ahí nos soltaros y se metieron otra vez a la montaña y desaparecieron. Echamos dedo, nadie paró. En Huerta Vieja y Quebrada Negra no había más que polvo. Nos tocó caminar hasta Pajarito. Allá que habían oído la historia nadie quería hablar mucho con nosotros.
En Telecom la señora, que me conocía de hace años, me prestó el teléfono y me contestó Santiago. -¿Qué haces fuera del colegio?-. -Esperándote, mamá, es mi papááááá-. -Alejo, Alejo, ¿dónde estás?-. -En Pajarito, hermosa, voy a irme a Yopal y esta tarde me voy en avión para Sogamoso, no te angusties todo está bien, te amo-. -Yo también te amo, aquí te esperamos, tu mamá está que se muere, la mía se viene mañana a Colombia, todo es una locura-. -No hables más, nos vemos en unas horas, te lo prometo-.
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