Todo estaba acabado. Mi vida estaba completa, me había enamorado, había encontrado a alguien que me iba a acompañar por el resto de mis días. Qué más podía querer. Por supuesto, el pez muere por la boca, con todo listo, se me enloqueció el corazón. De repente el corazón no palpitaba por el mismo, se encontró con un nuevo amor.
Les voy a contar un poco de ese nuevo amor, me hizo ir hasta los confines de la casa de mis papás a buscar un libro para hacerle saber que lo pensaba todo el tiempo. Mis horas se volvieron un frenesí, un profundo enloquecimiento, revisar su actividad online, imaginar a cada uno de sus amigos, pensar personalidades para extraños, echarle un par de besos al aire y morirme de miedo al creer que él podría estar a mi lado un día en la calle y yo no sabría cómo actuar.
Llevo dos párrafos tratando de pensar cómo describirlo a él. Tal vez, mi palabra favorita sea encantador. Sí, como en película de Disney un día él se dio cuenta de que yo existía. ¡Jesúscristo! En lugar de ser arrogante y usar toda la información que yo le había compartido en mi contra, la usó a mi favor, lo recordaba todo. Y me pidió incluso un favor, que le compartiera un merengón. Como si yo no supiera que ese es su postre favorito, ojalá esté relleno de esa asquerosa guanábana.
Llegué sin merengón a nuestra primera cita, tal vez un intento desesperado por encontrar el rechazo y volver a lo que ya estaba consumado. No se molestó, apenas me hizo un par de chistes, me robó un beso y minutos después éramos un reguero de ropa y babas por todas partes. Tuvimos una de las mejores experiencias sexuales de mi vida, yo no sabía que tantas partes del cuerpo se podían alcanzar ni que las arcadas de placer se sentían de manera descontrolada ante diferentes impulsos. Terminamos y me agarró una horrible culpa, me quería bañar y para evitar la ducha, que habría suscitado muchas preguntas posteriores, preferí acostarme en su pecho y decirle: -estoy casado-.
-¿Casado? ¿Cómo?-. -Bueno, pues casado, del verbo llevo conviviendo con un señor por 5 años-. -¿Y a usted no le pareció importante decirme eso antes?-. -Antes no, igual se lo estoy diciendo ahora-. -Ahora, cuando estamos todavía enloquecidos por el agite y el sudor, bonito, muy bonito-. -Hay más-. -¿Más?-. -Sí, me voy en unos días y necesito compartir mi tiempo entre ustedes dos-. -¿Si no quiero?-. -Quiere, se le nota-.
No quiso, algo se rompió con mis palabras. De repente dejó de ser ese hombre arrollador, se volvió un cuerpo frío y lejano, como una estatua. Me levanté, fui al baño, oriné y al volver me encontré con una frase inesperada: -entonces, ¿le pido un taxi o un uber?-.
No hay comentarios:
Publicar un comentario