lunes, 18 de enero de 2016

El amor


En la mitología griega había dos dioses a los que se les daba la potestad sobre el sexo y el amor, eran Afrodita y Eros. Según la historia recogida por Platón en El Banquete, durante la celebración del nacimiento de Afrodita hubo una fiesta en El Olimpo y Penia, la diosa de la pobreza, se emborrachó hasta tal punto que Poros, dios de la abundancia y la oportunidad, se aprovechó de ella y entre los dos engendraron a Eros. Eros era un dios particular, había heredado de su mamá el sufrimiento, la penuria y la estrechez pero a su padre le había recibido la fuerza creativa y la capacidad irremediable de abarcarlo todo.

Me sorprende que siglos después el amor sigue siendo un oxímoron que combina la tragedia y la dicha. ¿Acaso hay algo más ficticio que eso? El amor no puede ser sino dicha, alcance, vida y futuro.

Me encuentro con frecuencia ante expresiones equívocas del amor, por un lado, aquellos que están dispuestos a creer que el amor es posesión, una oscura necesidad de tener al lado todo el tiempo al bien querido. Para otros, el amor significa propiedad, que va más allá de la posesión, no solo quieren tener al amado cerca, sino que se esfuerzan por recordarle que son de ellos y de nadie más “tú eres mía”, “si no eres mío, no serás de nadie más”. Cuánta ficción en ambas ideas.

He visto otras formas de amor, la más pura parece ser la de los padres a los hijos. Y ese amor se expresa también de formas equivocadas. Por un lado, muchos padres también creen en que la forma de amar es la que está descrita en el anterior párrafo. Otros, creen que es la protección suprema, esa que anula personalidades y posibilidades; los peores son los que creen que para evitar su negativa influencia permiten el libre albedrío hasta el punto de la afluencia, todo pasa y nada queda.

Peor que lo anterior es cuando la gente se enfrenta al desamor. La primera vez que me pasó, dejé, como es común, que la tristeza y el desespero me consumiera, recordé cada momento pasado como algo para destruir el alma. Craso error. Aprendí pronto que la dicha que vivimos en conjunto se debe volver dicha en la soledad. Recordar besos con una sonrisa, detalles con ganas de volver a tener algo así, con alguien más.


Mi propia ficción del amor, se aleja del mito de Eros, me parece más bonito pensar que el amor es la compañía y la constante preocupación por el bien ajeno. El amor logra que haya un balance entre el bien personal, la felicidad interna que es egoísta y particular, con una motivación altruista, que la felicidad propia se refleje en el otro. En una pirámide de copas, el amor sería un chorro que llena la copa de arriba, uno mismo, y se derrama en las siguientes con suavidad y suficiencia. Entender ese principio puede ser el inicio de una sociedad con menos problemas, una sociedad con menos ficciones, de pronto hasta con menos conflictos.

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