lunes, 14 de diciembre de 2015

El arte de consentir

Fui un pequeño consentido y autoritario, siempre me pareció que el mayor placer era sentir el amor a partir de las acciones de los demás. Los huevos tibios en el recipiente correcto, en el punto baboso, acompañados de pan blandito y mantequilla en bolitas; la piscina siempre dispuesta; el cordero servido a la mesa después de una larga caminata y un merecido baño en tina; el salpicón y la fritanga los domingos en la mañana seguidos de una explosión de agua en el garaje; manejar el tractor. Sí, hice lo que quise, pocas veces me dijeron que no y aprendí pronto que un no podría siempre convertirse en un sí si se preguntaba a la persona correcta.

Ese placer de ver los pequeños caprichos volverse realidad me ha fascinado desde entonces, puedo decir que las veces que he sentido profunda atracción por alguien es porque esa persona aprende, con rapidez, a descubrir los pequeños detalles que me hacen feliz. No son grandes cosas, esas me gusta lucharlas, son los pequeños gestos, casi imperceptibles los que me fascinan.

Me volví experto también en buscarlos y complacerlos. Sí, bajo mi lógica si a mí me encanta que me consientan a los demás les debe pasar exactamente igual. Maravilloso ver entonces cómo la cara de alguien se transforma con un pequeño chocolate, una foto bien tomada, unas palabras trazadas en un papel o el beso en 7 (si no entiende la referencia, véase Friends).

Y ahí está el otro signo de que alguien realmente me gusta mucho, no estoy dispuesto a consentir a alguien que no lo merece. Cocino, por ejemplo, para aquellos que quiero mucho; compro cosas solo cuando sé que van a tener una fuerte carga emocional; le dedico palabras apenas a las personas que más quiero. Algo tan trivial como preguntar "¿Cómo estás?" me cuesta si no es alguien que me importe lo suficiente, por eso, a pesar de que hablo hasta por los codos, las conversaciones no me fluyen.

Siempre en mi blog he escrito cartas de navidad, esta vez que sea para desearles que los consientan mucho, tanto como cuando yo era niño. Y que se hagan acreedores de mis cariños, valen la pena.

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