lunes, 29 de junio de 2015

Pedir disculpas o pedir ayuda

Hace unos días tuve una extraña conversación con un tipo. Estábamos tomando té y empezamos a recordar la infancia, hablamos de mil cosas y de repente nos encontramos ante un dilema, él había sido abusado por sus compañeros de clase con toda clase de matoneo y yo, aunque no lo parezca, fui el responsable de mucho matoneo hacia mis compañeros.

No pienso decir que estuvo bien burlarme constantemente de mis compañeros, he tratado muchas veces de encontrar el momento en que resulté diciendo y haciendo cosas que a otras personas podrían doler. Me imagino que fue cuando en mi colegio me empezaron a decir Barbie, supongo que ya en ese entonces yo no era la mata de la virilidad. En muchas personas esas palabras tendrían un efecto profundamente negativo, mi reacción fue acudir a mi familia, ellos usaron los canales oficiales, nunca lo suficientemente efectivos.

Entonces, aprendí a hacer daño, a recalcar los errores de los demás, sus particularidades y sus excentricidades, después de eso pocas veces escuché palabras de burla en mi contra. Claro, mis amigos las tenían porque ellos más que nadie sabían que mi hostilidad era producto de la inseguridad, el resto seguramente también las querían compartir pero debieron hacer el cálculo de cuánto ganarían en burlarse de mí y cuánto tardaría en yo dejarlos en ridículo. Nunca lo sabré.

Por supuesto, mi víctima favorita era Camilo Vargas. Él tenía una extraña habilidad de molestarse con todo lo que le decíamos y hacíamos. A la vez, como toda esposa maltratada, volvía a nosotros pidiendo a gritos amistad y cariño, nosotros al mejor estilo gringo, le dábamos cariño y protección de los externos pero cobrábamos nuestro comportamiento con sufrimiento. Todos los posibles apodos, inimaginables burlas a su caracter, constantes ataques a sus formas de ser y pensar.

En la conversación que empezó este escrito, el sujeto me contó que él entraba en una especie de bloqueo que lo hacía poner en blanco en su vida mientras sus compañeros le hacían daño. ¿Será que eso mismo le pasaba a Camilo? Nunca supe, me parece un poco tarde para preguntarle. Lo que no me pareció tarde fue pedirle disculpas, lo hice el año pasado, después de la muerte de Sergio Urrego, cuando me di cuenta de que seguramente la vida de Camilo estuvo en riesgo después de tantos ataques.

Reconozco muchas cosas negativas de mi comportamiento, soy antipático y matón. Un problema para alguien que siempre ha reconocido en la política un arma transformadora de la sociedad, hace tiempo me di cuenta que en mí seguramente no estará salir elegido. Me reconozco lleno de contradicciones, por un lado sé que la pobreza es el principal problema de nuestra sociedad, que la indiferencia y la segregación son un terrible sino que debemos atacar y sin embargo me encuentro de repente diciendo algo terriblemente snob; me gusta quitarle poder a las palabras, por eso me gusta reconocerme como marica pero muchas veces les doy justo el poder más ofensivo y destructor posible.

A veces no basta con pedir disculpas, a veces es importante pedir ayuda. No, no les estoy pidiendo que me recomienden un psicólogo, sino que me repriman cada vez que me encuentren en medio de tales contradicciones, este post comenzó con la historia de una conversación y termina con la de otra, hoy alguien me hizo ver alguna contradicción y en lugar de generar rabia me hizo sentir un profundo respeto por esa persona. Ojalá hubiera más personas así.



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