“¿Alguien para a almorzar en Galerías?”. Bueno, no exactamente en Galerías, más bien en la Nacional por la 45. Sí habría alguien para almorzar ese jueves: yo, que no fui a la universidad porque me sentía mal. Apagado. Quería almorzar, pero no solo. Tal vez si no hubiera estado con el ánimo tan bajo ese día, no habría pasado todo esto.
Un mondongo para mí. Un ajiaco para ella. Un almuerzo común, lleno de las trivialidades típicas. Que qué hace, dónde vive, cómo conoció el restaurante, está muy chévere con todas las imágenes de música. Y las trivialidades se profundizaron. Pasaron las horas, y el almuerzo común terminó a las 11 de la noche, en su habitación de una residencia para gente que viene de fuera de Bogotá. Ese era su búnker, donde trabajaba para una página web y pasaba casi todo su tiempo. Viendo películas, novelas, leyendo. No había mucho más que hacer.
Y en esas 10 horas de almuerzo, ella me contó muchas cosas. Su gusto por Jorge Drexler. Su amor por los animales, sobre todo por su gato siamés, que ahora vivía con la mamá. Su temor por lo que pasaría con sus padres, ahora que no estaba con ellos, y por lo que pasaría con ella cuando sus padres no estuvieran. Sus rencores con su exnovio, quien la dejó muy marcada para todo. Por eso ella estaba sola en esta ciudad ajena, tan cruel para el recién llegado. Y más para ella, que dejó todo por seguir un sueño. Ella se veía muy vulnerable por fuera. Tal vez muy inocente para haber sufrido lo que le hizo sufrir Bogotá.
Ella ya no está en Bogotá. Se tuvo que ir. Esta no es una ciudad para soñadores, y la cruda realidad acaba los sueños más bienintencionados. Ella quería trabajar, hacer su vida sin sus papás. Lo consiguió durante un año largo. Incluso tuvo tiempo para tener una relación, con alguien que estaba para almorzar en la Nacional por la 45. Pero ella dejó el trabajo, y se tuvo que devolver con su mamá y su gato.
Quién sabe. Tal vez si yo hubiera tenido mejor ánimo ese jueves, no hubiera tenido lo que tuve con ella. No hubiera conocido su historia, sus miedos, sus gustos, sus antojos. No la hubiera querido como la quiero. Y no me haría tanta falta como me hace falta hoy. Quiero almorzar otra vez mondongo, pero no solo. Lo quiero con ella.
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Gracias a Juan Manuel (don Mache) por esta historia.
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