domingo, 10 de marzo de 2013

Rayo de luz



Corrí desde una casa que no pudo contenerme; de mi madre, que siempre grita. De un reloj sin manecillas y del gato que espía mis descalzas andanzas en el piso melancólico del lugar al que llamaba Hogar.

Corrí por las calles, huyendo del ruido y del silencio, del tráfico y las avenidas solitarias. De la oscuridad hipócrita y hasta de la luz que se asoma sobre mi cabeza, la misma que anuncia el fin de un día.

Hui de las lágrimas en forma de espiral, nacientes en mis ojos y agonizantes con sabor a sal en mis labios. Viajé en verticales, pregunté por ti y busqué tus huellas. Las seguí hasta cansarme. Las seguí por capricho y esperanzado en encontrarte con tus dos pies dibujando entre lo árido, haciendo florecer en donde no pudo.

Cambié fama por amor sin pensarlo dos veces. Y todo se convirtió en un juego estúpido. Comprendí que hay cosas que no pueden ser compradas. Te cambié por mi anhelo, por mi desesperación y amargura, por las ganas de crecer en un mundo sin ti. Por la angustia y la oscuridad. Te cambié por mí.

¿Debí esperarte? No lo sé. ¿Debí esperarte? Me repito, tratando de buscar una voz que me diga “¡sí!” en medio del agobiante sonido de tu negativa. Todo es confuso. Me equivoqué. No debí.

¿Ya para qué? Te marchaste y fui como un perro faldero a buscarte en medio de la multitud, sintiéndome solo. Noches frías y desoladas, tan frías como un desierto nocturno, y desoladas como mi voz al sufrir por tu ausencia. Viajé por los rincones del orgullo, ese laberinto ruin que me cegó y ayudó para perderte. Pero no estabas al final.

Encontré, eso sí, un rayo de luz que me condujo a tu sonrisa diáfana, de la que, ahora, temo. ¿Son mis lágrimas suficientes para pagar esto? ¿Quieres que llore o mejor que ría? ¿Quieres que te suplique? ¿Qué rece por ti?

Para eso no me quedan fuerzas. Ahora debo marcharme. Tu corazón está cerrado y nadie tiene la llave. Aprendí a decir adiós a las malas. Aprendí a secar mis lágrimas. Aprendí a olvidar. Después de todo, nada tiene de malo regresar de donde soy y crecí: el triste valle del ruido y el silencio, donde lo más brillante es el deseo de algún día volver a verte.
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Gracias Jairo por esta historia

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