El sol seguía floreciendo como el calor en mi cuerpo al ir caminando por las vías de aquel ferrocarril. La compañía de Mauricio me hacía sentir seguro ante la desbordada delincuencia de esa ciudad. Nos dirigíamos hacia un lugar que él no había visto nunca pero sus anhelos eran tan grandes que los sentía ingresar por mi piel y acelerar mi corazón.
Entramos a aquella biblioteca, notamos la majestuosa arquitectura que definía ese espacio. Era una oda a la simetría. Mientras caminábamos y subíamos escaleras con peldaños el doble de lo normal, notamos la presencia de un joven de pelo rubio y cara hermosa, cuerpo simpático y culo adorable. Estaba solo. Lanzó una mirada tímida hacia nosotros pero nuestra timidez hizo que la arrojáramos a la basura. Seguimos visitando el lugar.
En el momento en que íbamos saliendo, nos encontramos de nuevo al muchacho, nos arrojó nuevamente una mirada provocativa y yo se la sostuve. Comenzaba a verse un atardecer explosivo y el pelo de aquel joven brillaba de diferentes tonalidades que variaban de un color rojizo a un dorado hipocondríaco. Se dirigía al primer nivel del edificio, donde guardaban los elementos de las salas de exposiciones pasadas y no era muy vigilado ni transitado. Nos miraba de reojo mientras lo seguíamos, tenía una expresión seria pero acogedora. Lentamente, como dudando de lo que hacía, fue dirigiéndose hacia un cuarto donde estaban los restos de una exposición de cuentos infantiles en alemán. Entramos y sólo veíamos su silueta quieta al fondo del cuarto, en la parte más oscura como una oveja que sabe que será devorada por el lobo y se resigna. La única diferencia es que acá cualquiera podría ocupar el rol que quisiera. Mauricio se adelantó, se dirigió en dirección de la silueta y al acercarse comenzó a tocarlo. Los tenues rayos de luz eran suficientes para ver la expresión del muchacho disfrutando de que lo tocaran, su pecho, abdomen, brazos, entrepierna... Me acerqué y le di un beso en la boca. Estaba seca y fría pero ese problema se solucionó de inmediato, le agarré la cabeza y sentía que Mao miraba excitado. Al sentir mis besos afrodisíacos, el joven comenzó a quitarme la ropa, comenzando con la camisa y luego los pantalones. Quedé en boxers. Mauricio le ayudó al muchacho a realizar la misma labor y también la de él. Se sentía raro pero la situación era absurdamente excitante: tres hombres desnudos con el miembro erecto con ganas de saciar su apetito en un lugar público.
Al quedar todos completamente desnudos, me acerqué al pene del extraño nuevo confidente, se lo cogí con una mano, luego coloqué la otra encima y sentí que quedaba espacio para más. Hizo un leve gemido y sabía lo que tenía que hacer. Mauricio lo agarró desesperado, le dio la vuelta, lo aprisionó contra la pared, amasó su cola y lo penetró. Le susurraba al oído que no gritara, mientras realizaba movimientos pélvicos salvajes. Sólo hacía gestos de dolor y placer al tiempo y en ocasiones, cuando se lo metía completamente, se mordía los labios.
Estábamos todos sudados dando vueltas en el piso de baldosa helada, lo que increíblemente lo hacía más excitante. Era el turno del extraño, él hizo de lobo y yo de oveja, mi turno para callar lo que sentía.
Todos salimos como desconocidos en una sala de cine al acabar la función. Sin embargo, el extraño nos regaló una primera sonrisa al ver que sería la última vez que nos veríamos. Alcé la mano, Mauricio asentó con su cabeza y cada uno tomó la ruta hacia su casa.
Era la primera vez que lo hacía.
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Gracias a Manuel por esta historia
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