jueves, 21 de marzo de 2013

Consumocuidado


Desperté callado sintiendo el peso del aire sobre cada uno de los órganos de mi cuerpo, comenzando por la piel, claro, me sentía como Snoopy en su casita roja sin poder pararse por que los pensamientos pesan mucho y pueden hacer caer, explotar una cabeza. Duré cinco minutos quieto, eliminando todo lo que mi cabeza tenia adentro que no fuera materia, volviendo a ordenar el libro más chévere que he intentado leer varias veces, llamado mente,  y que hasta el momento lo único que he logrado es escribirle más palabritas desordenadas en espacios vacíos, cada vez más llenos, por eso cuando llega a mi ese timbre de euforia, de locura, ordeno, para que quepa cada vez más, para que pueda ir siempre recogiendo mis pasos por este mundo. 

Recorro mi sangre con ganas de brotar y no ser mas mía, de nadie,  siento ganas de algo de alguien, me recompongo y levanto la cabeza con ganas de levantarme, lo logro al tercer intento y me emborracha la gravedad, la larga distancia hacia el suelo desde la raíz de mi pelo, miro hacia los lados como buscando en la oscuridad una lucecita que me diga, me responda, que o quien quiero, necesito,  y aunque hay mil cosas a mi alrededor  y aunque fueran mil personas  no encuentro que quiero, que me llena. Medito sobre mi situación como unos seis segundos y hallo que no importa, termino de levantarme. Hoy es un buen día para oler y saborear lo que hay en el cuarto que habito, y por qué no comenzar con la cobija, que huele a mis noches pero sabe todavía a mierda de oveja, y hay olores de todo tipo, vaso, cerámica, polvo, vidrio, dulce, salado, publicidad, mierda otra vez. 

Los sabores son más neutrales, ricos o feos punto. No me baño. El agua me despierta, solo me baño a las cuatro de la mañana y ya son las diez, suerte. Recompongo el ánimo con ganas de salir de mi habitación, de dar una vuelta al mundo pequeño al cual hago parte, sacrifico la pereza que me invade y me pongo un jean y una camiseta, sucia, claro, los zapatos naranjas que tanto cuido y me gustan, abro la puerta de mi imaginación y me quedo otros cinco minutos desperdiciando tiempo real sintiendo el olor de los ricos pastos mongoles con olor a montaña  y mierda, claro. Salgo. Camino sin rumbo fijo divagando sobre lo cuadrado de este mundo y lo cuadrada que esta mi mente aunque también sé que debería ser un poco más redondo todo, al menos mis pensamientos, un poco más aerodinámicos para que no se los lleve tan fácil el viento, las mágicas palabras de otros, buenos días a usted también respondo, pero me vale huevo, no son tan buenos días, hace mucho calor, me siento mal, cagado en este mundo por una paloma gigantesca, no sirve de nada sentirse bien un día para sentirse mal el otro, se desperdicia el doble, se gasta como el triple uno, pero mi caminar no para, no logra detenerse en nada por nada, evade los semáforos evade los pare con cuidado etc., hasta que de pronto en medio de todo aparece una “chaza”, -un cigarrillo pielroja por favor, -¿cómo?-, -un pielroja-. -ciento cincuenta-. -¿tiene fuego?. Me señala con odio el encendedor mientras que me da las vueltas de la moneda de doscientos, lo prendo inhalo la primera bocanada, me siento en un banco cercano a disfrutar mi cigarrillo y descubro que quería, que necesitaba para estar igual y querer mas no sé qué siempre. Lo apago y me voy.

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Gracias a Felipe, mi hermano, que escribió este cuento y que decidí publicar justo el día que Elbayabuyiba cumple 5 años. No te conocía estas dotes de escritor. 

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