domingo, 30 de diciembre de 2012

De verdad

-Si te digo que te vengas, ¿te vienes?-.
-Me voy todas las veces que sea necesario-.

Se conocieron 6 años atrás en un salón de clases de una escuela bíblica dominical a la que él asistía por primera vez. Dijo su nombre, sus apellidos, reconoció que había leído el texto sagrado sin orientación y que estaba allí buscando respuestas. Lo vieron con sorpresa, no era el tipo de persona que iba a esas sesiones y allí poco se cuestionaba. El profesor, le dijo que trataría de responderlas todas de la mejor manera; ese día su discurso se basó en las preguntas que enaltecen al señor y las que vienen del demonio para retarlo, recordó un pasaje de la Biblia en la que Dios y Jacob pelean y ambos llevan a cabo una digna lucha aunque ambos saben quién será el perdedor y recordó que el camino al cielo estaba plagado de obstáculos que con fuertes principios habrían de sobreponerse.

Juan era cristiano de los buenos, su familia lo había instruido en la palabra desde muy niño y sentía, en lo profundo de su corazón que el camino que le correspondía era al lado de las letras del camino correcto. Nunca puso en duda la santidad de su alma ni la de todos a su alrededor, trataba al máximo de vivir a la par con las escrituras y pagaba un precio personal muy alto cuando tenía deslices como los pensamientos impuros que lo embargaban antes de comer o un ocasional onanismo antes de dormir.

Agustín se llamaba así para cumplir una promesa que su mamá le había hecho a la abuela de nombrarlo como el santo del día de su nacimiento. A él le gustaba llevar el nombre de un letrado y había intentado vivir la vida haciendo preguntas para honrar el intellige ut cerdas que tanto le gustaba y repetía con ahínco. Encontró esa escuela bíblica en un Craig list y le había parecido tan curioso que los cristianos se hicieran ese tipo de publicidad que decidió, en efecto, visitarlos.

La primera vez que hablaron lo hicieron para pelear por una dona; la siguiente para que uno le sirviera gaseosa al otro. La comida los hizo amigos, se encontraban en un cafetín antes de la iglesia para tomar café y comer cosas grasosas; después de las 2 horas de servicio y la hora y media de escuela bíblica se iban juntos a embutirse encurtidos y vino. Al final del domingo, en esa hora suicida en la que nadie tolera su existencia, iban a caminar y compartían un helado o una tortilla.

Un sábado en la noche se encontraron para tomar una única cerveza, la que Juan se permitía después de mucho trabajo comunitario, y resultaron hablando de la vida, los amores, las estrellas y los planes. Agustín durmió en el sofá de Juan y escuchó la corta paja antes de dormir, no pudo conciliar el sueño, sus mente estaba nublada por la imagen de su amigo masturbándose. Se sentía extraño, atraído, hasta sucio. El domingo inventó una excusa para ir a la casa más temprano y al cerrar los ojos en su cama soñó con raras imágenes de amor y sexo que incluían a Juan y a amantes del pasado y del presente.

Se evadieron muchos días, Juan porque temía que su amigo hubiera escuchado la pequeña indiscreción y Agustín porque no quería comprobar que su amigo le gustaba. Se vieron en la iglesia y en un par de eventos para jóvenes que se organizaban a final de año. Juan propuso otra cerveza para aclarar el tiempo pasado y Agustín pensó que era su oportunidad. La noche se alargó más de lo que Juan quería debido a su constante incapacidad de organizar las palabras que quería decir y esa horrible costumbre de no decir nada innecesario.

Amanecieron abrazados, Juan con cara de preocupación y Agustín con una impresionante sonrisa. El primero se levantó, fue al baño, se lavó y pidió disculpas sentado en el inodoro. El segundo, buscó con la mano el calor de hacía unos momentos y al descubrir el supuesto error de la noche anterior se vistió y se fue. En la iglesia hablaron normal, durante la semana se vieron un par de veces para repetir el repertorio de besos, de caricias y silencios.

No dijeron nada por mucho tiempo, la verdad no había mucho que decir. Juan seguía rezando y Agustín seguía buscando respuestas. El tiempo separó los cuerpos, nunca las almas. Pasaron dos años sin saber el uno del otro y un día soleado, de esos que Agustín acostumbraba a usar para leer, recibió un extraño mensaje en su celular que decía "te pienso cada noche al dormir, te extraño cada día al despertar, pido por ti en cada una de mis plegarias, me gustaría verte". Agustín no supo qué responder, crede ut intelligas, pensó por un momento, es que no había otra razón.

Le escribió una carta y se la envió por correo electrónico. Duraron tanto tiempo hablando por correo que pasaron los mismos años en que los cuerpos no se veían. Un buen día, Agustín le mandó un mensaje simple, como no solía hacerlo:

-Si te digo que te vengas, ¿te vienes?-.

Juan respondió con rapidez, cosa rara en él: -Me voy todas las veces que sea necesario-.

Un encuentro fue suficiente para que los cuerpos volvieran a sentir los caminos, a descubrir nuevas cicatrices y nuevos movimientos. Juan dejó de pedir perdón, el amor no se disculpa. Agustín dejó de buscar razones. Ambos se encontraron, de verdad.

2 comentarios:

  1. Esto es el amor. Esto es la razón por la que existe el amor platónico. ¿hará falta decir más para que identifique el anónimo?

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