martes, 2 de octubre de 2012

Carnaval y aquelarre

Las reinas, característica fundamental de la sociedad en la que vivimos, parecen haber surgido en las competencias y los carnavales universitarios. Aquellos en los que las ciudades se volcaban a ver a sus más preciados hombres y mujeres, los estudiantes, para celebrar con ellos la gloria de la vida y el privilegio de la educación.

Uno hace memoria, o busca en los libros, y encuentra por allá perdido en algún lugar de los anales de nuestras ciudades que cada conmemoración popular importante estuvo ligada a la educación superior. En Bogotá, la gran fiesta popular era el cumpleaños de la Universidad Nacional de Colombia, un carnaval en el que estudiantes, profesores y ciudadanos se ponían, literalmente, la ciudad de ruana. El carnaval universitario tenía reinas, comparsas, lecturas, teatro y danza.

Por supuesto, la fiesta se transformó, la ciudad creció y el campus de la Nacional se volvió un espacio cultural y recreativo para los capitalinos (fue apenas en la década de los 70 que le pusieron malla a la universidad), allí iban a hacer almuerzos los domingos, a escuchar arengas políticas, a debatir ideas, a construir país. El carnaval dejó de ser un espacio reservado en septiembre a una gran celebración todos los fines de semana.

Medellín y Cali no fueron ajenas a ese proceso, por supuesto, desde que las mujeres entraron a las facultades se volvieron un sinónimo de belleza infinita, no había (tal vez sigue siendo difícil) encontrar una mujer más bonita que aquella que combinaba con gracia belleza e inteligencia. Los reinados, las carrozas, los desfiles, estaban siempre ligados a las bellas estudiantes que pululaban por la Universidad del Valle y la Facultad de Minas.

Los que estudiamos otrora en la Universidad Nacional tuvimos el gusto de vivir el aquelarre, una fiesta en la que por una noche nos abrían la universidad a todos. Había curiosas competencias como el que corriera más rápido el anillo vial que rodea los principales edificios de la universidad o el que lograra hacer la fogata más alta. Celebrábamos el día de las brujas con una fiesta al mejor estilo de la universidad pública, sin pretensiones ni grandes gastos, lo más parecido a la fraternidad y la sororidad.

Algún genio decidió que el aquelarre era un sinónimo de protesta estudiantil. Algún otro genio decidió que un carnaval que no saliera de las paredes del campus era una buena forma de mirar al pasado. Este año la Universidad Nacional celebró sus 145 con un concierto de La 33 en medio de total hermetismo y con seguridad el día que los estudiantes decidan celebrar la víspera de todos los muertos se encuentren con el campus desalojado y vacío.

Peor todavía es que los extraños no disfrutan con los estudiantes la vida universitaria, las universidades privadas sólo aparecen extra muros en grandes vallas promocionando sus carreras. Las ciudades perdieron su ombligo y su conexión con otros mundos. Claro, los espacios culturales y recreativos se diversificaron pero perdimos una parte muy interesante del quehacer universitario de nuestro país.

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