Estaba sonando la emisora que prometía la mejor salsa y la más completa colección de música noventera para atraer a noctámbulos, aplacar la ira de energúmenos insomnes y acompañar a los taxistas que tienen que lidiar con borrachos. La llamada llegó a las 2:30, como siempre Carlos esperaba a sus clientes en las entradas de los bares, ni de riesgos iba a estar en las puertas a las 3, hora en la que por una vieja costumbre, cierran los negocios que venden trago y ponen a bailar a la gente.
La noche estaba helada, los tres estaban tiritando del frío. La luna estaba llena, grandota; una vendedora de cigarrillos se acercó pensando que alguno de los tres maricas iba a recibirle un pedacito de su vicio para calmar los retorcijones que causaba ese viento montañero que a esa hora parece tomar más fuerza en las faldas de lo cerros de Bogotá.
La noche había sido muy rara, habían visto muchas caras bonitas, rieron de los feos, coquetearon con los bonitos y hasta hubo tiempo para explorar las lenguas y las gargantas de ellos mismos. Iván, Daniel y Camilo habían llegado con pocas expectativas de una noche que prometía acabar con el aburrimiento a punta de alcohol. Daniel había tenido encuentros sexuales con Camilo e Iván y estaba con la firme intención de dejar esas épocas en el pasado.
En medio del tedio de no encontrar alguien con quien ejercitar sus labios, Iván decidió invitar a Daniel al baño y allá, con alguna excusa logró que los cuerpos estuvieran lo suficientemente cerca para darse un beso cerca al lavamanos. Camilo, que tenía esa terrible manía de aparecer en los momentos más inoportunos decidió que el exacto momento en que las manos buscaban con afán atraer los cuerpos era el mejor momento para orinar y entró al baño. No dijo nada, salió con ganas de vomitar.
Cuando todos estaban otra vez en la pista de baile Iván decidió bailar con los dos y se puso en la mitad, con la cara de frente a Camilo, y la cola restregando el paquete de Daniel. Le robó un beso a Camilo y este prefirió mover la cara para evitar problemas con Daniel. Iván se dio la vuelta besó a Daniel y se quitó de la mitad para que Daniel y Camilo quedaran de frente y los pudiera mover para que se besaran. Los tres entendieron que la noche iba a terminar diferente a como la habían planeado.
Afuera, mientras esperaban el taxi Daniel se dio cuenta que no habían decidido nada, no sabría responderle a Carlos cuando dijera para dónde iban. Como si le estuvieran leyendo la mente, Iván dijo que se iban para su casa y Camilo dijo que le parecía una óptima idea. El taxi tomó rumbo al occidente, la misma dirección del viento y cuando iban yendo Iván volvió a intentar un beso con Camilo, no fue tan fácil, él todavía estaba reacio a las manifestaciones de amor de Iván y prefirió concentrarse en acariciar el pelo de Daniel.
De repente Camilo dio un brinco cuando sintió una mano helada que tocaba su pene, Iván le había abierto la bragueta y había descubierto que él, como siempre, no estaba usando bóxers. El frío le dio un escalofrío y le puso muy dura la verga, justo para que Iván empujara la cara de Daniel y lo hiciera chupar por varios minutos a Camilo. Carlos tenía la costumbre de usar el espejo en modo techo cuando recogía a Daniel porque sabía muy bien que a él le gustaban los besos y las caricias en público.
Llegaron a la casa de Iván y Camilo se acostó en un sofá y se quedó dormido. Cuando se despertó Iván y Daniel dormían plácidamente, llamó a Carlos y le pidió que lo recogiera. Veinte minutos después esperaba en un escalón, la boca le sabía a semen, no supo por qué, y el cuerpo le olía a sudor. Se montó al taxi y de pronto le dice Carlos: -Entonces joven, ¿seguimos la de hace un rato?-.
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