La luz estaba apagada y las puertas seguían abiertas. La gente entra, incomoda por llegar tarde y se sienta. De pronto suena una pequeña flauta que simula el sonido de los pájaros, como esa que teníamos con mi hermano cuando chiquitos que sacaba de quicio a mi mamá; Sale Carlinhos, canta una canción bellísima y nos deja a todos con la boca abierta. Saluda a los que llegaron tarde.
Después de tres canciones todo el público estaba parado cantando. Fueron dos horas de gritería, baile, aplausos. Carlinhos habló de la pobreza en la que nació, de la riqueza de la educación, de la belleza de su país, de la importancia de la diversidad y de la dificultad de cantar en la altura.
Su voz es bellísima y, a pesar de tener 50 años, su cuerpo transmite una energía impresionante. Los músicos maravillosos, un par de timbaleiros que tocaron y bailaron con maestría, un baterista majestuoso, un guitarrista queridísimo y dos tipos encargados de los teclados y la dirección musical que se llevaron los aplausos de los presentes. Carlinhos, además, tocó timbal, guitarra, silbó y se metió la público a tomarse fotos y bailar.
Ese día Carlinhos Brown fue nominado al Óscar por la canción Real in Rio y el momento más bonito del concierto fue cuando le dedicó la canción a Bogotá y le agradeció a sus papás, profesores y a su hija ese logro en su carrera. A mí me impresionó que un hombre que nació debajo de la línea de la pobreza logró ser un fantástico compositor en inglés, portugués y español.
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Para acompañar este post recomiendo esta canción
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