Siempre he creído que el Estado sólo debería entrar a mi casa para proveerme de servicios básicos: luz, agua, teléfono, internet, alcantarillado y seguridad. El Estado no puede definir el tipo de ropa que uso ni cuántos huevos me como al desayuno, si me masturbo 4 veces al día o si decido comerme los mocos. El Estado tampoco puede decirme a quién debo amar y bajo qué condiciones.
Este post es simplemente para recordar que no existe una familia como pilar fundamental de la sociedad sino que hay varias. Unas tienen papá, mamá e hijos, otras sólo mamá e hijos o papá e hijos. Otras son dos papás y dos mamás, una abuela que cuida de los nietos, una tía solterona o un yuppie que decidió no casarse. Las familias no deberían estar regidas por la ley sino por el amor y la convivencia. Por eso, los que decidan hacerlo que lo hagan felices.
Sí al matrimonio igualitario.
Tus entradas políticas siempre me ponen a pensar y esta vez decidí escribir lo que pensé.
ResponderEliminarLos procesos de normalización, como es obvio, crean un sujeto “normal” y un sujeto “anormal”, lo que hace que dichos procesos tengan una doble implicación, por lo menos. La primera es que sujeto que es considerado “anormal” es incluido en la sociedad a partir de una exclusión, es a partir de la negación de lo que es, es decir, es reconocido en la sociedad en la medida en que es el referente de lo que no debe ser. Como consecuencia obvia, la realización de su ser está truncada por obstáculos de todo tipo: culturales, legales, políticos en últimas. Pero hay otra implicación que tiene que ver con el sujeto “normal”, pues su constitución como “normal” también está marcada por relaciones de poder, para ser “normal” este sujeto no puede alejarse de ciertos cánones de comportamiento, en últimas su inclusión en la sociedad pasa por la afirmación y reproducción de ciertas prácticas que le son establecidas. Ejemplos de esta escisión hay muchos, pero en este caso la alusión es evidente y me valdré de lo expresado por una autora reconocida: sujetos “normales” serías aquellos que tienen una continuidad entre su sexo, género, deseo y práctica sexual (el que nació con pene, que se autodefine como hombre, que siente deseo por una mujer y lo manifiesta a través de una práctica sexual), mientras que sujetos “anormales” serían aquellos que no viven su vida en la reproducción de esta supuesta coherencia por el motivo que sea.
No desconozco (sería ridículo si lo hiciera) que la legislación colombiana tiene un trato discriminatorio con las personas que no son heterosexuales y que un ejemplo es que les niega la oportunidad de casarse y conformar una familia como es tradicional (porque aunque he escuchado que la conformación de familias compuestas de forma distinta a la de un padre, una madre y unos hijos implica una nueva forma de pensar la familia, yo no lo creo así, por el contrario, creo que es una forma de reproducir la idea de que en el núcleo de la sociedad está la familia). Como afirmar que todos (todos y todas, o todxs, como prefieran, en últimas es un problema del enunciado y no del discurso) estamos atravesados por relaciones de poder, no implica aceptar hechos concretos de discriminación, sino precisamente atacar dichos hechos, no me puedo dejar de apoyar el matrimonio igualitario en Colombia, y aclaro que no es porque lo crea como algo políticamente correcto.
Sin embargo, me queda la siguiente preocupación. Yo siento que los objetivos de la comunidad o población LGBTI (que a veces, por no decir casi siempre, se reduce a las dos primeras letras) se dirigen casi que exclusivamente a crear condiciones en las que su reconocimiento en la sociedad esté dado en los parámetros de “lo normal” sin cuestionar el trasfondo de la escisión. Evidentemente esto no sólo puede ser el objetivo de las personas con constituciones eróticas y sexuales que se apartan de la heterosexualidad, sino que es algo que nos involucra a todos.
Sólo pienso que no es un tema de igualdad, simplemente porque no somos iguales: ni las mujeres a los hombres, ni las personas heterosexuales a las personas que tienen otras construcciones eróticas y sexuales; pero es más, ni siquiera entre cada una de las singularidades encerradas en esas categorías hay igualdad. No somos iguales porque no hay una esencia última que nos determine, ni mucho menos un dios que nos haya hecho de la misma forma. Y es que afortunadamente no somos iguales, porque el que no lo seamos es el motor de la vida.
Esta es mi humilde opinión.