domingo, 19 de junio de 2011

De leer

Cada noche un mundo nuevo se abría frente a nuestros ojos, o nuestros oídos según fuera el caso. Empezamos con una colección roja y grande de cuentos no ilustrados para niños, eran los hermanos Grimm, Hans Christian Andersen y otros autores clásicos infantiles europeos. Imaginábamos en nuestras cabecitas los castillos, dragones, princesas, príncipes, cortes, brujas y hadas madrinas.

Pasamos de ese mundo de fantasía a uno que nos relató un mundo que combinaba la realidad de la Tierra con la imaginación de autores como Verne y Swift, estuvimos con Lindenbrock en el centro del planeta, acompañamos a Crusoe en sus aventuras en la perdida isla del Caribe, nos recorrimos los mundos de gigantes, astrónomos y enanos viajando en el hombro de Gulliver. Una vez nos adentramos en la magia de 'El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha' y otra en las locuras de 'La increíble y triste historia de la Cándida Eréndida y su abuela desalmada'. Viajamos por el mundo de la mano de Zelia Gattai y su destierro y nos fuimos a las barriadas pobres de Brasil con Amado a encontrar historias de amor y sexo.

Leímos de todo, desde la historia de la dictadura hasta los directorios telefónicos. De Atlas modernos a libracos de geografía con mapas de 1950. Le dimos una mirada crítica a los libros de instrucción escolar y nos sorprendimos con el final de 'Ilona llega con la lluvia'. Casi nunca vimos las películas de los libros que leíamos, era más divertido que cada mente se imaginara a su antojo la cara de los personajes, el aspecto de las locaciones y los gestos que acompañan las situaciones.

Así éramos de niños. Parece una burla del destino porque todo empezó con el apagón, teníamos una lámpara de neón que habíamos ganado por suscribirnos a la Revista Semana y a su alrededor nos sentábamos a leer, primero en la mesa del comedor y cuando empezaba a hacer mucho frío nos acomodábamos en la cama de mi mamá. No importaba si estábamos en Sogamoso o en el llano. Todos leíamos y leíamos en conjunto. A veces a la mañana siguiente nos ponían a escribir lo que habíamos visitado el día anterior para mejorar la memoria. A veces mejorábamos nuestra pronunciación en portugués con libros como 'Feliz Ano Velho'.

Aprendí reconocer un verso de Isabel Allende, a oler las páginas recién impresas y el vaho de moho que se acumula en los libros viejos y que impregna una sala cuando uno lo abre. Cuando crecimos y nuestra hermana nació nos volcamos a nuestras camas a leer cada uno solo. Era una pelea por apagar la luz, a veces capítulos de Dumas no se podían dejar a medias y muchas veces Daniel Samper nos hizo reír a carcajadas con su interpretación de la Biblia. Valga aclarar que la Biblia nunca la leímos, nos parecía un libro atroz.

Hoy me preguntaron cómo había cogido el hábito de leer y me puse a pensar en esas noches que pasábamos leyendo. Una historia que ojalá recuerden cuando tengan hijos y les quieran mostrar la crueldad del mundo y la fantasía de la imaginación. A mí me dieron de leer y fue maraviloso

4 comentarios:

  1. Como siempre y como nunca, un texto muy de las entrañas. La añoranza tiene ese tinte de expectación que no encontramos en otros sentimientos, pues añorar no es recordar lo perdido; es mantener vivo lo anhelado y ya disfrutado.

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  2. Delicioso post.

    Le estoy inculcando a mi hijo el hábito de la lectura y a él le encanta. Por las noches estamos leyéndonos ahora Las Crónicas de Narnia y no veo la hora de que crezca un poco más para empezar a leer juntos a Tolkien.

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  3. mis papás comenzaron con el pie izquierdo, luego se reinvindicaron... me diste una idea para un post!! :D Gracias por recordarme por qué leo

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  4. Antes de iniciar a escribir no encontraba palabras para describirlo, es sencillamente lo mejor que he leido hace mucho tiempo. Representa el pensamiento de muchas personas de la comunidad LGBT, por los menos para sentirme orgulloso de ser "marica" prefiero leer escritos como este. Felicitaciones!!

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