Quería besarte

Quería besarte. Fui claro desde el principio, y aunque no lo hubiera sido cada poro de mi cuerpo lo gritaba. Nos sentamos y, vieja costumbre, nos reímos. Las primeras carcajadas fueron fuertes, como siempre. Recordamos ese puñado de historias que no eran muy dispersas en el tiempo mas intensas en las últimas semanas. Por un momento pensé que esta tampoco sería la noche de los besos y me había prometido que si esta noche no había besos ya no los buscaría más.

Te había convencido, eso creía yo, que dejáramos al resto plantados. La verdad fuimos cómplices en decirles que no a los demás. Un amigo nos invitó a una cerveza: no, hoy no tenemos ganas; una amiga nos dijo que la acompañáramos a su reunión de antiguas amigas del colegio: no, eso es muy lejos; nuestro compinche nos ayudó y resultamos en un bar solos.

Tres veces cantamos el coro de esa canción que tanto nos gusta. Dos veces hablamos de Liz Taylor. Una sola vez nos dimos cuenta que había gente a nuestro alrededor y que debíamos moderar el volumen y entonces nuestras miradas se cruzaron y sonrieron con complicidad. Las manos, entrelazadas desde hacía rato sudaron frío, se reacomodaron y casi al unísono gritaron acércate. Los labios se humedecieron, los dientes brillaron, las lenguas se estiraron.

No pasaron pocos segundos como había pensado que sería la primera vez. Al contrario, nuestros labios se encontraron y las bocas se acostumbraron a hacerse masajes y las lenguas demoraron en buscarse. ¡Ay, cuando se encontraron! Fue un deslumbre maravilloso. Las manos dejaron de sudar y se apretaron de a poquitos. Los poros se abrieron, los pelos se erizaron, las mentes se liberaron. Quería besarte, y te besé.