No llegó a mi vida con fuerza, lo vi un día por la calle y me pareció feo. No era mi tipo, grande, musculoso, moreno, lentes de contacto verdes. Fatal, tenía un aire lobo. Parece que yo sí le gusté, parece que vio algo en mí. Me lo volví a encontrar en una rumba, después en un café. El buscaba mi mirada y yo la evitaba sin esfuerzo. Las otras veces pude notar una panza mal disimulada, una forma de caminar insegura, un tumbado caribe que me llamó la atención, y un par de años bien disimulados.
La primera vez que se atrevió a hablarme yo estaba en una barra esperando por una bebida, muy cliché se me acercó y me dijo algo. No respondí, insistió. Mi respuesta fue cortante: I'm sorry, I don't have daddy issues. Se volteó algo ofendido y las siguientes veces que nos encontramos buscó mi mirada con odio. Su intento por odiarme no le duró.
En efecto, un par de meses después me lo presentó un amigo. Resultó que trabajábamos al lado y que vivíamos cerca. Detesto las coincidencias. Se llamaba Ricardo y mi radar costeño no me había fallado. Nació en la República Dominicana, trabajaba para una multinacional de envíos y tenía su estación en Bogotá y viajaba con frecuencia a Miami y a Buenos Aires. Intercambiamos correos para cuadrar un almuerzo, al que yo evadiría con algún pretexto idiota, y disfrutamos de la noche sin más aspavientos.
Él estaba determinado a cobrar mi ofensa y seguramente resolvió que me vieran en público con él sería terrible para mí. No me conocía. Evidentemente me pidió que saliéramos a almorzar, yo dije que esa semana comería en la oficina y con algunos clientes. ¿Una comida? Me gusta compartir tiempo con mi familia. ¿Un coctel? Ya tengo planes este fin de semana. ¿Y el otro? Mmm el otro estoy libre, listo entonces te recojo el viernes a las 6 en tu oficina. No hubo escapatoria.
Me recogió en un carro bonito. Deja el impulso de la gasolina, pensé. Hablamos de muchas cosas, encontramos diferencias irreconciliables, gustos musicales parecidos, y encantos escondidos. No iba a pasar el resto de mi vida con él, pero sí podíamos compartir la vida por unos meses. Me tomé, como me enseñó mi abuela, un Manhathan y al poco tiempo tenía el alcohol controlando parte de mi cerebro. Salimos, comimos una hamburguesa cerca a la casa, me dejó en la puerta y cuando intentó un beso, le recordé que todavía me parecía muy viejo.
Estaba decidido, el lunes me dejó un par de chocolates, Santander como le dije que me gustaban. El martes me escribió que había pensado en mí todo el fin de semana y que estaba buscando un par de cositas para mí. El miércoles me invitó a cine, le dije que lo dejáramos para el viernes, al fin y al cabo no tenía planes. El viernes cuando abrí mi bandeja de entrada ya estaba ahí un correo con la reserva para Encantada. Le había contado mi debilidad por las películas de amor y por los musicales animados de Disney, me prometió que sería una película perfecta, porque combinaba un poco de los dos.
La película me encantó. Durante la sesión estuvo tocando, con cuidado, mis piernas. Al salir me invitó a comer, le dije que tenía antojo de una arepa en la esquina de mi edificio y de una Kola Román. Me dijo que eso me daría un dolor de estómago de grandes proporciones, yo le repiqué que ya lo tenía para que me cuidara. Cumplió con mis deseos y esta vez se ganó un besito en la esquina de la boca. No quería animarlo mucho, el tema etáreo seguía siendo complicado para mí. El sábado me llamó para que lo acompañara a comprar el mercado y allá estaba yo como esposa de clase media, escogiendo frutas y recomendando jabones. Cuando nos montamos en el carro me dio un CD que yo había mencionado el día que nos encontramos a tomar, era de Gloria Estefan, con canciones navideñas, me dijo que era el premio que me había ganado por portarme bien con él. Entrenamiento psicológico, bueno que me de regalos, que no tendrá besos míos.
El primer beso se lo di una semana después y descubrí que la edad podría ser algo muy positivo. Me tomó con fuerza, me dio un abrazo de aquellos rompe huesos, sus labios rozaron los míos, sus dientes abrieron camino y su lengua caliente se apoderó de mi boca. Fue una excelente mezcla de posesión y ternura. Me encantó. Si así baila y tira, es el hombre perfecto. Ese domingo se fue a Miami y allá duró toda la semana. Volvió con dos regalos para mí, una Ale8, gaseosa imposible de conseguir, y el CD con el soundtrack de Encantada. Me dijo que estaba sintiendo cosas muy lindas y que si buscaba en That's how you know yo iba a tener la respuesta a cómo iba a hacer para enamorarme y para que a mí no se me olvidara nunca su nombre.
Típico de Bogotá empezó la semana lloviendo y él tuvo la delicadeza de enviarme un ramo de rosas amarillas con un mensaje: para que veas como se asoma el mono toda esta semana. Mis compañeras cayeron encantadas, uno de mis amigos me dijo que "ese tipo está es bobo" y mi jefe se murió de la envidia. Al día siguiente me llamó a preguntarme por el mono y le dije que brillaba en mi escritorio, es necesario decir que el corazón dio un brinco. Ese fin de semana estuvimos todo el tiempo juntos y descubrí que el salto no era pasajero.
Efectivamente me enamoró, a las rosas siguió una sesión de compras para tener ropa que combinara con el color de mis ojos, de mi pelo y de mi propia ropa. En su casa bailábamos música suave y me apretaba con fuerza o ponía los reggaetones que me gustaban para poder restregar su cuerpo con el mío. Me dedicó varias canciones con palabras que yo usaba frecuentemente y tuvo la delicadeza de componer un poema con ellas. Me invitaba constantemente a hacer picnic y tenía una frasecita para referirse a mí.
No fue una historia de amor con final feliz, yo ya sabía que él no era el indicado. Un día recibí un correo electrónico en el que me preguntaban por qué no había superado a Ricardo. Resulta que en uno de sus viajes a Miami conoció a alguien más, seguramente también se enamoraron de la misma manera. Ese día lo llamé, le dije que no podía seguir, que me habían contado todo. Él me dijo que no entendía nada y por la noche me llamó a regañarme, según él yo lo había dejado sin el pan y sin el queso. Por una rara coincidencia no nos volvimos a ver. Malditas coincidencias.
Disfruté mucho leyéndolo, quiero una historia así :')
ResponderEliminarMe encantó, Rodri. Y por coincidencia me siento identificado. Malditas coincidencias.
ResponderEliminarAwww... incluso sin tener un final feliz, es una historia cautivadora, de esas que muchos morirían por vivir. Una historia llena de detalles y de gestos bonitos que hoy en día difícilmente se ven. Más que coincidencias, yo diría que es el destino... Felicidades.
ResponderEliminarNecesitaba leer algo así. En serio.
Rodrigo:
ResponderEliminarTiene mucha habilidad narrativa. Lo leí hasta el final, con ganas y con agrado. No sé si es autobiográfico o qué, pero me "encantaría" saber que no lo es, pues eso le daría más valor creativo.
Divino!
ResponderEliminarEs una linda historia de amor...Y esas no necesariamente deben tener final feliz
P.S. Amo la manera en la que describes lo que sientes!
Que bonita historia, yo también quiero vivir algo así
ResponderEliminarwooowww
ResponderEliminarel amor a primera vista no existe, pero el desencanto a primera coincidencia sí...
maravillosa narración
Entre más canas más ganas? Yo solo me pregunto por qué a mi no me suceden ese tipo de cosas, si tuviera ese tipo de historias para contar tendría un blog tan exitoso como el tuyo :)
ResponderEliminarLindo, lindo, lindo! ;)
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