Con una sonrisa

Cuando nos sentamos me dieron ganas, como siempre, de jugar con tu pelo. Esas largas y negras hebras me hacen feliz, podría quedarme todo el día haciéndote mimos y caricias. Menos mal te pregunté, tenías hambre y yo apenas quería un snack. Por pena terminé pidiendo una comida entera. Me impresionó cómo pudiste comer sin tomar nada, yo tomé tres jugos y dos gaseosas sentado contigo. Me contaste historias lindas, me hiciste reír como niño chiquito.

Duramos horas sentados, el cielo se cubrió de nubes, el sol que estaba radiando cuando llegamos estaba iluminando algún otro lugar del planeta. Hablamos tanto, me impresionó tu encantadora forma de contar historias y tu delicado tono de voz. Descubrí que no gustabas de las mismas personas que yo y me sentí tan cómodo contigo que fui capaz de confesar asuntos sin resolver con una anterior amante y odios pendejos con personas insignificantes.

Me di cuenta, tardíamente, que tienes una sonrisa maravillosa, que estaba encantado con tu mirada, que me parecía muy sexy la forma como te habías sentado y cómo tomabas el tenedor. En el fondo apenas escuchaba las canciones que un par de jovencitos cantaban con una guitarra y una pandereta. En un momento de silencio empezaron a cantar una canción en inglés y los dos al mismo tiempo tarareamos la canción. Hablamos de música y descubrimos gustos parecidos y hasta inventamos mezclas en nuestra cabeza.

Llegaron otros, malditos, era nuestra noche. No importó, con miradas hablábamos de asuntos varios y en secreto los dos riéramos de situaciones de las que los demás parecían no percatarse. Cuando fue tiempo de irnos me quedé con las ganas de darte un beso. Entonces te di un abrazo apretado, te dejé con los demás que tomaban el mismo camino que tú y me fui con una sonrisa.