sábado, 3 de abril de 2010

Crimen pasional

Estaba sentado, solo y desubicado. Bueno solo no estaba, había una gente que nunca había visto. Cuando lo invitaron había dicho que sí, no quería parecer grosero, pero tenía una pereza magistral. La sala era blanca, inmaculada, tenía unas ventanas grandes y un portón antiguo que la separaba de otra recamara más pequeña y un poco desordenada. En el sillón donde él reposaba estaban dos mujeres tan desconocidas como amables, a sus pies descansaba un antiguo amante que gritaba, a través de sus ojos, una impresionante necesidad de dormir. Al frente, en otro sofá se sentaba un amigo de otrora y un espacio vacío recordaba el lugar donde se sentaba un extranjero que había ganado el honor de servir una nueva ronda de trago.

En la sala contigua estaban bailando un grupo de personajes que parecían no tener nada en común pero que, al parecer, disfrutaban el mismo estilo de música. En la sala blanca discutían sobre asuntos sin trascendencia. Afuera, al otro lado del portón, estaban los fumadores. Espacio para todos, dirían algunos. Después del espacio para el baile había un pasillo que llevaba a un baño que olía a los orines de gato acumulados en una caja que no había sido limpiada en varios días. Después había una barra con comida y trago y atrás de la barra había algo parecido a una cocina. El baño estaba debajo de unas escaleras que llevaban a tres cuartos, un baño y una terraza con hamaca.

Él veía al resto y se preguntaba constantemente qué hacía ahí. Los anfitriones habían desaparecido en una nube de humo y los demás parecían desvanecerse cuando el alcohol se mezclaba con la sangre. De pronto, uno de los dueños de casa apareció con una botella y preguntó donde estaban los vasos. Una de las invitadas se quejó de lo mal anfitrión que había sido con su grupo, los demás la secundaron y él decidió sentarse. No había más espacio que el que había dejado el extranjero o un brazo del sofá donde estaban sentadas la niña y nuestro personaje inicial. Pongamos nombres, el primero era Nicolás, el segundo Santiago. Las niñas Gabriela y Margarita, los otros hombres William y Daniel, el extranjero Andy. Santiago se sentó en el brazo del sofá y Nicolás abrazó su pierna. Un escalofrío recorrió la espalda de ellos dos. Gabriela estaba impaciente porque Andy no llegaba. El ambiente era pesado y Santiago no demoró mucho en darse cuenta que lo mejor era salir de ahí.

Con la excusa de ayudar al extranjero y entretener a los demás ambientes tomó la mano de Nicolás y salieron de allí corriendo. Se sentaron en la hamaca y duraron un buen tiempo en silencio. Trataron de fumar un cigarrillo entre los dos y fracasaron en el intento de compartir. Al fin y al cabo, no había mucho que decir. El ambiente también se puso pesado. Hubo un par de insinuaciones y un lánguido beso. Nicolás estaba incómodo, tampoco había ido a recibir besos, ni a darlos. Quería emborracharse. Bajó a buscar su vaso y no lo encontró. Usó uno que encontró en la barra, se sirvió un vodka en las rocas. Volvió a subir y Santiago ya terminaba un cigarrillo. No se dijeron nada, se recostaron a ver la luna llena. Santiago se puso a consentir a Nicolás hasta que éste se durmió y se quedó velando su sueño un buen rato.

Un grito abajo despertó a Nicolás y alertó a Santiago. El primero se desperezó y el segundo se preocupó porque temía que alguien dañara la recién estrenada laca del piso o los muebles, una reliquia familiar. Nicolás comenzó a tararear la canción que había escuchado en su sueño y trató de no escuchar el barullo de la incipiente pelea. El juego de palabras no se lo sabía muy bien, entonces decidió simplemente silbar el estribillo y acariciar las piernas de Santiago.

En pocos segundos lo que eran unos gritos aislados se convirtió en una arenga que incluyó golpes y llanto. Nicolás estaba pasmado, como si el asunto no fuera con él. Santiago se enderezó y cuando estaba a punto de ponerse de pie notó que la pelea subía los escalones y no era tan grave como se había imaginado. Una niña de unos 23 años peleaba con un hippie enruanado. Los dos completamente borrachos escasamente podían pronunciar palabras. Santiago y Nicolás se quedaron viendo el espectáculo de tropezones, zigzagueo y trabalenguas por un buen tiempo. Los ánimos se calmaron. Por un momento Nicolás creyó que ambos iban a vomitar y también tuvo ganas de trasbocar. Santiago no estaba preocupado por el vómito sino que temía que alguno de los dos rodara escaleras abajo. El hippie empezó la alharaca otra vez media hora después y sus palabras claras eran insultos, casi todos referidos a su incapacidad de mantener las piernas cerradas y la lengua en su propia boca.

Las groserías subieron de tono y ella no se aguantó y lo empujó contra una pared. Él estaba tan borracho que no pudo resistir el embate del diminuto cuerpo de la susodicha y cayó con un golpe seco, como atorado. Nicolás soltó una carcajada y Santiago censuró su risa que terminó sonando como una flatulencia. Los dos se miraron y tuvieron el impulso de ayudarlo. Se contuvieron. Después de un rato en que ninguno de los dos dijo nada, el hippie se levantó hizo muecas y salió. Ella se levantó, al parecer se mareo y se volvió a sentar. Cuando sintió que el portón de abajo se abría se puso de pie rápido y bajó las escaleras a trompicones gritando improperios en contra de la madre del joven. El espectáculo se trasladó afuera.

Desde la terraza Nicolás y Santiago tenían vista privilegiada de todo lo que pasaba. El hippie se quitó la ruana, la estiró en el piso y le dijo a ella que se acostara ahí a buscar cliente. A ella le escurrieron las primeras lágrimas por los cachetes. Perdió, pensaron al tiempo los de la hamaca y el hippie se arreglaba sus trenzas para ponerse el casco y el chaleco de la moto. No pudo, decidió dejar eso de lado. Alguien del grupo de los fumadores abrazó a la niña, le dio un vaso de agua y la consoló. Ella vio cómo él trataba de prender la moto. El motor estaba muy frío y no daba arranque. Ella se puso a gritar que era castigo divino. Antes de que la motocicleta arrancara ella se acostó en el piso frente a la rueda delantera. Él no la vio, la moto de repente prendió, él aceleró y le pasó por el abdomen. Sangré brotó por todos lados. Él perdió el control y cayó, se pegó en la cabeza. Santiago gritó. Nicolás vomitó. Las niñas de abajo quedaron petrificadas.

Nicolás se volvió a preguntar, a qué vine. Bueno a ver dos personas morir después de una pelea de celos, si llega un periodista dirá que es un crimen pasional, pensó. Santiago más superficial se imaginó limpiando la sangre al día siguiente. Otro llamó a la policía. Uno más dijo se acabó la fiesta. Un par de taxis llegaron y el problema les quedó a Santiago y Nicolás. Hasta el otro anfitrión pronto desapareció.

4 comentarios:

  1. Super genial. me enkantó este cuento !!

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  2. Veci, que buena forma de escribir! gracias!

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  3. Senti un déjà vu inigualable, me gusta me gusta :D

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  4. Rodriiiiiiiii la sacaste del estadio!! Buenísima la historia!! ahora pobre Nico, pobre!!! a qué horas terminó en ese plan!!!

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