sábado, 19 de septiembre de 2009

Alguien abajo

aló
¿aló?
¿ALÓ?
Bueno no importa que me envíes al buzón de mensaje, es lo que siempre haces cuando no te gusta lo que escuchas. Ya me acostumbre a eso. Creo que tú también. Tenemos diferencias sustanciales. Tú vives en un mundo con los años mochos, mientras mi año dura 669 días, el tuyo apenas se completa en 365. Pobres, debe ser por eso que ustedes siempre parecen afanados.

Qué te puedo decir. Pues mi expectativa de vida es larga, mucho más que la tuya. Debe ser porque mi planeta siempre ha sido rojo, el tuyo, en cambio, era más azul y más blanco, ahora el blanco está desapareciendo y el azul se ha oscurecido. Ni hablar de unas manchas grises y cafés que cubren los lugares donde parece que viven los que son iguales a ti. Ni qué decir de las venas que eran claras y ahora son oscuras y de los millones de kilómetros cuadrados que ustedes han convertido de pastizales y selvas a arenales.

Yo he estado aquí desde que ustedes eran bien poquitos, en mi calendario son 150 años, en el de ustedes son poco menos de 300. Los vi en unos majestuosos barcos de tela y en largos gusanos que eran impulsados por una maquina que lanzaba humo y gemía como un toro en celo. Después los vi emocionados porque lanzaron una minúscula partícula al espacio con un par de personajes de los suyos a "explorar" el universo y las navecitas y carritos que han llegado a mi planeta o a los confines del viento solar.

Ahora los veo por todos lados, unos sonríen más que otros. Casi todos se matan en las mismas proporciones y comen las mismas porquerías. Todos, sin excepción, hacen tanto daño a su cuerpo y su planeta con acciones que parecen inofensivas. Todos sin importar su forma de ser han olvidado algo sumamente importante, el don de la palabra.

El don de la palabra en todo el sentido, desde la honorabilidad de decir las cosas y cumplirlas. El don de usar bien las palabras para decir las cosas como son, de decir la verdad. El don de la palabra como un arte, el arte de amar, amar lo que decimos y decir lo que amamos. El don de la palabra para enamorarnos del mundo.

Lo que más tristeza me da es que parece que el tiempo para ustedes no pasa, no aprenden que matar no es la solución, no aprenden que vivir sólo para consumir no les mejora la vida y que gastar los recursos no importa porque siempre habrá más es lo que los tiene al borde del abismo.

Mi abuelo me contaba de unos gigantes, llamados dinosaurios, que vivieron allá abajo, él dice que no los conoció pero que sí su tatarabuelo, y que ustedes, pequeños y feos son igualitos a esos gigantes. No saben racionalizar y un día un cataclismo los va a destruir. Espero que cuando revises tu mensajera no te aburras y de pronto pienses en cambiar.

El marciano
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Este texto es respuesta a una historia que leí en Sin blog Sin nombre (un blog de los que sigo y que está en mi listado de favoritos). Espero los toque.

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