Se había cansado, después de tanto luchar contra el tiempo y los relojes, el Capitán Garfio había descubierto que era imposible mantener su cuerpo impoluto como lo había logrado Peter Pan. Debía ser el sexo, o el exceso de comida, tal vez un mal de amores. Pudo haber sido la maldad con la que derrotó a tantos barcos mercantes que surcaban los mares del universo o una bala que hizo estragos en la parte del corazón que mantiene intacta la juventud. No lo sabía, ya estaba tarde para ponerse a revisar los anales de su vida para pensar qué y cómo había llegado a viejo.
En un último intento por recuperar el tiempo perdido y estirar el restante decidió salir a buscar algo que lo hiciera absolutamente feliz. Podía ser un tesoro escondido, un lugar plácido para descansar con sus antiguos compañeros de aventuras o un muchacho como Peter Pan al cual atormentar. No sabía exactamente qué quería. Se planteó la idea de tener una mujer que lo acompañara, y sirviera, en sus últimos suspiros.
Levó anclas, desplegó las velas y dio el soplido inicial que tradicionalmente hacía cuando partía de Nunca Jamás a los demás reinos del universo. El barco se sacudió un poco cuando se sintió libre y por primera vez en muchos años los piratas hacían maniobras marinas y no terrestres. El cocodrilo estaba tomando el sol plácidamente y no se dio cuenta que el barco del Capitán Hook ya había zarpado. Flaco y desdentado como estaba debió apurar su nado para alcanzar el barco y dejarse llevar por el efecto succión que causaban las olas a estribor. El contramaestre, James Andrew, pulió los garfios antes de la partida y aprovecharon la luz de los bombillos de Londres para dejar atrás Nunca Jamás.
Se adentraron en el mundo de las estrellas, buscando una buena isla para empezar a buscar, surcaron varios lugares y no encontraron siquiera un puerto para abastecerse de comida y agua pura. El cocodrilo les deba señales de dónde estaban los peces porque era la única vez que dejaba de acompañar al barco y se adentraba al agua. De vez en cuando se perdía por un par de días, pero el olor de los sobacos de los piratas le señalaban el camino rápidamente.
Dieron vueltas por la Vía Láctea, se hicieron a la idea de que volver y ver cómo se hacían viejos mientras Peter Pan disfrutaba de pilatunas adolescentes era la mejor opción. Nadie se atrevía a pronunciar el nombre de la isla que otrora habían habitado, pero alguien tenía que decirle a Hook que las cosas no iban por buen camino. Un día, mientras el Maestre y el Capitán hacían una ronda por las vacías bodegas de comida en el fondo del maderamen, los demás se sentaron en las escalinatas que llevaban a la oficina de Garfio y se pusieron a discutir la mejor opción.
No hubo consenso, no podía haberlo, nadie era capaz de dar su vida para que Garfio volviera frustrado a Nunca Jamás. La conclusión a la que llegaron es que el Capitán estaba loco, pero tarde que temprano iba a entrar en razón y se iba a decidir volver a la isla. Lo que nadie sabía es que la decisión fue mucho más rápida de lo que los demás se imaginaron. Cuando las luces de Londres se empezaban a prender, y por ende el día de los piratas estaba a punto de empezar, Garfio hizo sonar la Diana de reunión del pelotón y anunció que debido a cuestiones impajaritables deberían volver a la tierra de Peter Pan. Todos hicieron cara de asombro. El cocodrilo, que escuchaba atentamente siempre que hacían un llamado de Diana, quedó atónito, se habría quedado en la isla y la tarea habría sido más fácil.
Emprendieron oficialmente el viaje de vuelta cuando el capital dio el giro de 180° al barco y el soplo oficial. Entonces empezó a correr una brisa con un olor especial. Nunca los habitantes del bote habían sentido tal frescura. Era un olor seco pero delicioso, sonó el estómago de varios peones. El contramaestre, digno de una raza más valiente, le pidió al Capitán que siguieran ese olor, decisión que Garfio ya había tomado. Andaron por tres días buscando el origen de la esencia que hacía que sus narices olvidaran el salitre y la falta de alimento decente. Unos creyeron que era una ninfa, otros que la muerte los había alcanzado y no se habían dado cuenta.
Al tercer día vieron una fuente blanca a lo lejos, no era en el final del horizonte, pero sí estaba bastante alejada para predecir qué se iban a encontrar. Al cabo de medio día se acercaron y lanzaron anclas. Se montaron en el botecito en grupos de 10 y cual exploradores fueron a ver qué les esperaba. El Capitán fue el adelantado que revisó lo que tenía frente a sus ojos: una piedra caliente de donde brincaban blancos copos de que eran producto de una pequeña explosión de unos cereales que caían a la laja. Tomó uno con las manos, cerró los ojos y se dispuso a ponérselo en la boca. -No- gritó uno de los peones, -puede ser venenoso señor, deje que yo tome las precauciones del caso-. -No-, dijo el Capitán, este es mi deber como líder. Con pose de mártir se dispuso nuevamente a morder la bolita blanca. No fue capaz. Simuló un repentino ataque de tos. Qué iba a hacer. Cerró los ojos y se lo metió a la boca. El copo se derritió entre su lengua y su paladar. Se deleitó de tal forma que no abrió los ojos por un par de minutos y cuando lo hizo les dijo a todos que ahí se quedaba, solo.
Ordenó que el barco partiera, que se quedaba en la mitad de la nada a disfrutar de ese tesoro suyo al que llamó Crispeta. El cocodrilo se puso más feliz, sabía que en esta nueva bahía había suficientes peces para sobrevivir mientras el Capitán decidía partir al otro mundo; se había resignado a seguir el barco, sabía que en determinado momento Garfio querría acabar su vida con un poco de dignidad y se dio a la tarea de esperar.
Amaneció un nuevo día, Hook sopló por última vez el viento de iniciación de su bote, sólo que esta vez no lo hizo desde la cubierta sino desde la playa, a su lado estaba el cocodrilo sonriendo y detrás la piedra de las Crispetas, la piedra de la felicidad, la piedra que le había demostrado que Peter Pan no era necesariamente una razón para vivir.
Que sea el comienzo de una gran aventura, me declaro fiel seguidor de esto que se convertirá en la mejor de las historias quizás jamás contadas. :D You know what i mean darling.
ResponderEliminarquero achar um dia minha praia de pipoca!
ResponderEliminar=)