domingo, 12 de abril de 2009

me hizo trizas

Llegó y me enloqueció. No era la primera vez que lo veía, era la primera vez que lo quería. Me encantó su mirada cómplice, me relajó su sonrisa discreta. Hablamos de mil cosas, callamos minutos enteros. No éramos capaces de dar otro paso, ambos conocíamos las reglas, los dos estabamos con miedo, los dos queríamos parecer una simple amistad, no queríamos arruinar la posibilidad de tener una longeva amistad por una pasión repentina y desenfrenada. La excusa, mejor el pretexto. No, me quedo con la excusa, fue el frío.

Por fin pude decir bendito seas viento bogotano, por fin pude alabar las propiedades del clima sabanero. Fue el frío un amigo, un hermano, un conocedor de las necesidades de las parejas, de los deseos guardados en lo más profundo de nuestro ser. Dimos los pasos como un ballet sincronizado, con calma, con suavidad. La apertura fue el comienzo de un desenfreno casi enfermo. Fue difícil encontrar un punto de equilibrio donde se balancearan la levedad del deseo con la pesadez de la conciencia. Maldita conciencia, déjame en paz. Maldita conciencia ni se te ocurra abandonarme.

Te odio conciencia, me abandonaste en el peor momento, aquel en el que nuestras manos se unieron, en que mi brazo rozó sus hombros para poder hacerle una leve caricia. Me abandonaste cuando sus labios tocaron los míos y mi lengua se aventuró entre sus dientes. Ay pero que bien se siente, gracias conciencia por tomarte unas merecidas vacaciones.

No hubo intermedio, no podía haber, no había espacio para cambio de ropa o de maquillaje. No había como ver un espejo. Nada, todo así al natural. La orquesta de besos fue acompañada de una espectacular danza de caricias, de búsquedas del cuerpo ajeno, de tratar de entender el propio cuerpo. Mi corazón bailaba, el suyo, espero también.

Bailaban los dedos, bailaba la lengua, bailaban los dientes, bailaba la mente, bailaban las piernas, bailaba la entrepierna. El final tenía que llegar. Fue una sumatoria entre un apoteósico concierto de besos, un aria de gritos, una ovación interna, una platea de pie, aplaudiendo, unos balcones felices.

Estaba también el miedo de ser descubiertos, el miedo a ver alguien pasar la puerta de nuestro escenario. Ver a alguien repentinamente observar el mercurio subir y bajar en nuestra frente, ver a esa cama saber qué puede venir después, callar lo que ya pasó.

Final, final. No se pudo más. Hasta ahí tocó. El público pidió otra, como en los conciertos. El público recibió uno más, un besito, chiquito, de pocos años, de poca envergadura, un besito que dejó sabor, que dejó emoción, que dejó miedo, que dejó mariposas y caníbales. Un beso de despidida. No de adiós, de hasta luego. Un beso de calma, de ganas. En fin un beso sentido.


PS: Este cuento estaba en mi facebook hace tiempo, es posible que muchos de ustedes lo hayan leído ya. Un abrazo

6 comentarios:

  1. darle vacaciones a la conciencia!...
    me gusta eso del reflejo... de conocerse a la perfección sin siquiera haberse quitado la ropa.

    Great.

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  2. Como diría un amigo que no leerá este comentario, es curioso el cruce de situaciones... en fin.

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  3. Oye espero q eso sea por alguien en especial y ya sabes a quien me refiero

    ATT TOMAS

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  4. ah, la conciencia es pobre, merece vacaciones de vez en cuando...hehe.

    sabía q me fascina su blog?
    =)

    un abrazo

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  5. Grato momento, simplemente como tu describes ambos sabían que tenían que ser consientes de lo que hacían, pero pudo más el hecho de tener el uno al lado del otro.

    Además de la catástrofe de ocurrir si al abrir la puerta alguien llegara, además del arribo de aquel ente superior al que una simple excusa de amigos no le sería válida.

    Excelente historia, pero mucho mejor haber sido parte de ella, que leerla... claro está ..

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  6. ¿Y qué será de la vida de Federico?

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