jueves, 15 de enero de 2015

Langostas

Hacía años no se sentaba allí, la estaba rodeando esa brisa veranera que olía a África, a bosta de búfalo, a sangre de alguna gacela recién cazada, a desierto y a selva. Se podría quedar dormida como cuando era chiquita pero esta madrugada tenía una tarea especial, ir por langostas y, si tenía suerte, por un tiburón para ofrecer a los extranjeros. Claro, podría haber llegado al improvisado puerto de piedras cuando el sol estuviera alto y escoger lo que los pescadores hubieran decidido traer pero nada le emocionaba más que atravesar las redes que se veían a lo lejos antes del amanecer y tomar decisiones con apenas el café frío en la cabeza.

Era lindo ver pescar, siempre le había parecido maravilloso. La rutina ya la conocía, llegaba muy temprano cuando la marea no había empezado a bajar, no había más sonidos que las cañas y los arpones apilándose en las canoas, nadie hablaba, a todos les dolía la madrugada y los abrumaba la oscuridad. A pesar de quedar en medio de la civilización el pueblo mantenía viejas costumbres, allí solo se prendía una planta electrificadora hasta las 9 de la noche y era solo hasta bien entrada la mañana que las neveras se podían prender de nuevo. A esa hora nadie, además de los pescadores, tenía nada por hacer.

La noche anterior habían ido a cine, una función en un improvisado salón comunal junto a la iglesia; Alejandra, un nombre muy español para ese paraje tan lusitano, había comido un algodón dulce y se había calentado las rodillas con una aguapanela mezclada con aguardiente, no había viento ni nubes pero la noche estaba fría y oscura, la función había terminado a las 8:30 y después de una simple caminata por la playa se había acostado en la hamaca de la varanda para escuchar los discretos pasos de los pescadores. Joao le prometió silbar dos veces al pasar por su casa para alertarla pero no prometió despertarla, ella tenía que estar alerta.

Pasó mala noche, no porque le faltara experiencia para dormir en hamaca sino porque en verdad no quería perderse la expedición mar adentro. Joao silbó poco después de las 3 y ella se apresuró por un vaso de agua y una manzana que acomodó entre su brasier, seguramente tendría buen uso a la hora de volver. No empacó ni un cuchillo ni un poco de sal, había perdido la costumbre, la ciudad cambia a las personas.

Sentada esperaba a que la llamaran a embarcar, de eso no se olvidaba. Cuando todo estuvo listo se subió cerca del niño que iba a impulsar la canoa, no había remos, apenas un largo palo que se usaba para guiarse a través de los bancos de arena y para darle dirección en las partes más profundas, donde se dejaban llevar por la corriente. No pasaron ni 10 minutos cuando pasaron la primera red, estaba brillante, la luna iluminaba las escamas de los peces atrapados allí por la bajante marea, siempre le había gustado esa forma de pescar que usaban en su tierra. No alcanzó a ver si había una tortuga y se lamentó por saber que aunque la hubiera no podría comer esa sopa que su abuela solía cocinar, so pena de ir a la cárcel.

Empezó a tararear una canción -llorar, sonreír también y después bailar cuando la lluvia llegue-; varias veces dijo pasito y despacio ese estribillo hasta que alguien más en la canoa la secundó -te acordarás de los días que pasaron sin ver la luz, si lloras, llorarás en vano porque los días para el nunca más, mejor vivir mi amor porque hay un lugar en que el sol brilla para ti, llorar, sonreír también y después bailar cuando la lluvia llegue-.  En un momento Alejandra pensó que alguien iba a sacar una guitarra y que ella estaba en un reality que se burlaba de su inocente intención de revivir la infancia.

Se detuvieron y reinó de nuevo el silencio. Dos hombres se armaron de una careta y se sumergieron en el mar, pasaron varios minutos y volvieron a aparecer ambos triunfantes traían una langosta en la mano, había empezado a amanecer apenas un ratito atrás y Alejandra seguía sin entender cómo era posible que ellos se metieran al mar a oscuras y encontraran langostas de la nada. Después de 8 inmersiones y 6 langostas atrapadas, volvieron a andar. Los primeros pescadores tomaron los primeros tragos de la escasa agua dulce y tararearon Asa Branca, la canción que siempre cantaban triunfantes, el mar le ganaba al desierto una vez más, el desierto había desplazado a muchos de ellos y los había convertido en paseantes de otra inmensidad, esta vez de agua.

En la canoa iban 6, los dos pescadores, el remero, Joao, Alejandra y el aguatero. Además había suficientes ladrillos y hielo para mantener presas a las langostas sin matarlas, esa terrible técnica que no acababa con su vida pero que las mantenía en un letargo abrumador. No había mucho tiempo para otras pescas, se aproximaron a una zona más profunda e hicieron sonar un poco del hielo alrededor de la canoa con la intensión de llamar la atención de algún tiburón. No esperaban atraer alguno de los que asustaban a los turistas más al sur, solo querían algún desprevenido que se dejara arponear con facilidad. Media hora después nada aparecía y pronto tenían que volver, las trampas ya estarían listas.

Alejandra admiraba las lejanías, desde allí se veían los reflejos de los vidrios de Recife y Joao Pessoa, de noche imaginaba que se verían las luces de más ciudades del litoral pero allí solo eran manchas del sol jugando con las fachadas a lo lejos, apenas una indicación de que a lo lejos había algo construido por humanos. A las 7 estaba justo frente a las trampas, recogieron una buena cantidad de diferentes pescados y un dorado, toda una rareza, Alejandra se lo hizo como premio por la expedición, era lo mínimo, no llevaba suficiente de nada para todos pero podría descrestar a algunos con el relato de la pesca y ofrecer una langosta a los hombres, a las mujeres las podrían saciar con una abundante sopa del dorado recién recogido.

Al volver a la playa ya había varios espectadores esperando las canoas, la de ellos fue la sexta en llegar, las demás tampoco habían traído muchas langostas pero dos tenían pequeños tiburones sin aleta cauterizados por la sal. No quiso ni verlos, le dio rabia saber que no habían podido atraer ninguno a su canoa y se apresuró de vuelta a casa. Ni se despidió de Joao, apenas le hizo señas para que la alcanzara más tarde.

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La traducción de Felicidade es propia, los invito a escuchar esa bella canción de Marcelo Jeneci aquí

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