lunes, 15 de noviembre de 2010

Un día de playa

Estaba caminando por la playa. El sol estaba impresionante, los turistas andaban en sandalias y a nosotros nos había tocado poner las toallas en la arena para no tener que soportar el calor. Habíamos llegado tarde, detesto llegar tarde a la playa. No era un buen día, los domingos detestaba hacer ese incómodo ritual de buscar parqueo, comprar helado, tomar agua de coco y soportar a miles de personas paseando sus cuerpos por delante mío. A mí la playa me gusta los lunes.

Está bien, lo confieso, los domingos es sabrosa pero temprano, antes de las 9 de la mañana, cuando no hay ni turistas ni ladronas. A esa hora no hay gente paseando perros y tampoco es fácil encontrar personas jugando fútbol. Es la hora perfecta en la que los ñoños vamos a ver el sol reflejar sus primeros rayos contra el mar mientras leemos un buen libro y nos tomamos un vaso de helada gaseosa. A esa hora llegan los primeros vendedores que no están procurando el frenesí de gasto de las familias o los amantes, apenas instalan sus negocios y están más pendientes que de costumbre para cazar presas fáciles, a esa hora somos tan pocos que es sencillo saber quién piensa consumir y quién no.

Ese domingo no había conseguido libro, no tenía la toalla lista y olvidé fijar el despertador. Como el famoso cuento, fue una serie de eventos desafortunados. Me tocó agüentar media hora de trancón por aquella vía estrecha que lleva a la playa y después fue un martirio parquear, tanto que decidí meter el carro en un espacio que un hotel promocionaba a un par de dólares la hora, sí, aquí, como en el resto del mundo, la moneda corriente es el dolar. Llegamos tarde, como a las 10. El aire ya estaba caliente, la brisa escasamente se colaba entre las sombrillas.

Nos tocó un rincón con mucho sol, con poca vista al mar. Lo único bueno es que no estábamos rodeados de muchos foráneos, eso nos hace menos prestos a ser robados. Parece irónico, pero cuando uno se queda al lado de los extranjeros se llena de ellos y se vuelve un blanco importante. Es mejor tenerlos lejos. Me acosté y la falta de brisa no me dejaba leer, por mi espalda empezaron a caer gotas de sudor. Pedimos Coca Cola porque el calor era mutuo y no surtió mucho efecto.

Me senté a ver la gente en la playa. Pasaron muchas mujeres, me impresiona esas ganas de todas para mostrar sus tetas nuevas, los abdominales que hicieron los últimos 6 meses, el bronceado artificial que pagaron semanas antes y hasta el nuevo color de pelo que estrenaron para una fiesta particular. Los hombres también son vanidosos. Los que juegan fútbol demuestran que tienen cuerpos bien mantenidos, los gordos lo disimulan con camisetas mal secadas con el sol y los más viejos tratan de esconder las arrugas o los pelos blancos.

Me sorprende que todos hacemos los mismo rituales de apareamiento, nos seguimos por las mismas costumbres de consumo y hasta nos relacionamos con los extraños de una forma particular. Me gusta ver como los niños juegan en el agua y como algunos adultos se sientan en los arrecifes a pescar. No me gusta el agua del mar, me molesta como me llena el cuerpo de arena y como destruye los miles de tratamientos para el que el salitre no dañe mi pelo. A veces cuando la mañana está muy caliente me doy un paseo descalzo por la orilla de las olas, algunas noches camino por las piscinas naturales que se forman cuando la marea baja y los arrecifes guardan algunos retazos del agua para nosotros.

Me quedé sentado, así me llegaba al menos un poco de brisa a la frente. Un balón pasó por mi lado y pensé que no demoraría en recibir un balonazo, desde niño he tenido un impresionante imán para las patadas desviadas o los lances para que el cachorro de la familia lo persiga. Vi un par de muchachos al otro lado de los arrecifes jugando a ser surfistas. Me imagino que deben tener la adrenalina al máximo para no estrellarse con los arrecifes ni ser presa de los tiburones. Me acordé de esa vez que vi en las noticias un video de la cámara de seguridad de un hotel donde se veía como a un jovencito lo destrozaba un tiburón.

Que angustia debe ser morir en las fauces de un animal. Por qué no traje mi cuaderno, habría podido escribir algo sobre el mar, o la muerte, o como muchos muertos terminan en el mar. También pude haber escrito sobre los niños, o sobre las gordas que tan poco me excitan, o sobre los hombres que no pueden dejar de ver un bikini balanceándose por los caminos de la playa. Me dieron ganas de componer una canción, me acordé que las buenas canciones sobre la playa ya las habían escrito hace 40 y 50 años atrás. Me quedé absorto viendo los rayos del sol sobre el mar. Me acordé de cuando era niño y nos íbamos de vacaciones al interior y cuando volvíamos a la ribera del océano me alegraba mucho ver los rayos reflejados en el agua.

Tal vez tampoco me gusta el mar porque siempre pienso en la cantidad de porquerías que terminan en sus aguas, desde el popó de los peces que nadan en todo el océano hasta la sangre de aquellos que mueren en la boca de algún carnívoro, desde los desechos industriales de medio mundo hasta residuos de la lluvia. No, no me gusta el mar. No me gusta pensar que muchos de esos turistas esperan un momento o un lugar furtivo para tener coito, no me dan ganas que la piel quede cetrina cuando me baño en sus aguas. Que cantidad de cosas idiotas se me ocurren con el cerebro tostado por el calor.

El día que desde el comienzo no había transcurrido normal al medio día se tornó más raro. El sofoco sin viento ni vendedores que marca el período entre las 12 y las 2 de la tarde fue reemplazado por una brisa fría y húmeda, como si fuera a llover en medio del verano. No estaría mal un poco de agua, así nos libramos de los turistas incómodos y nos refrescamos. Como en cualquier parte del trópico empezó a llover con muchas ganas de un momento a otro. Hasta los surfistas que estaban apostando la suerte de sus vidas decidieron refugiarse en los andenes junto a la playa.

La lluvia nos espantó, fue más fuerte que lo habitual. Corrimos al carro y nos encontramos con el mismo trancón de la mañana. Esto es nuevo, como yo siempre me quedo en la playa hasta la noche, porque el sol del medio día da un color más sabroso y el pescado frito en la playa sabe mejor que en la casa nunca me había tocado el tráfico de vuelta. Tampoco me había tocado soportar los artistas que se plantan frente al carro a hacer maromas para ganar un par de monedas, de noche la vía está desocupada. En algún momento sentí un estruendo, vi por el espejo como alguien le pegaba a mi ventana trasera y a la del carro de al lado con la misma precisión y premura con un bate. A los tres golpes no hubo nada que hacer nos robaron lo que llevábamos atrás y vinieron por nosotros adelante. No había mucho que hacer.

Pité, traté de mover el carro pero en el trancón estábamos perfectamente bloqueados. Un batazo al vidrio delantero, muchos vidrios clavándose en mi cuerpo. Me doy la vuelta y ella también está cubierta de sangre y los dos estamos igual de pasmados. Ni gritos podemos dar. Un par de golpes más y no hubo vidrio frontal, in importar nuestra sangre le arrancaron una cadena a ella y a mí me raparon el celular por el que estaba tratando de llamar a la policía. Terminamos en una clínica, con muchos chorros independientes de sangre y con muy pocas ganas de volver a la playa, sin ganas de ver otro atardecer, otro amanecer, otro muchacho queriendo conquistar a una niña y a otra mujer madura mostrando que los años no sólo vienen con experiencia.

5 comentarios:

  1. Es curioso que dos de las historias que más me gustaron compartan finales trágicos. Espero que la lluvia no siempre sea la causante de finales inesperados en este caso, no solo por un suceso triste y sangriento sino por la incapacidad de superar ese mismo trauma para volver a disfrutar de la simpleza de esas maravillosas mañanas. La lluvia es una musa que tiene otro color, sabor y olor. @alejomarindiaz

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  2. nojoda si a mi me pasara esto, me muero, con lo que amo la playa!! :D

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  3. Quiero ir a la playa aunque se me quede el libro y me toque un rincón con mucho sol y poca vista al mar

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  4. Me gustó el cuento, Con lo que pasa al final entendí el pesimismo de la narración y se justifica lo que no gusta de la playa por múltiples causas. La narrativa da muchos brincos por cantidad de tópicos, ladrones, vendedores, tiburones, vanidad de los veraneantes, fútbol. Que hacen divertido leer.
    Tiene un estilo que me recuerda un escritor latinoamericano que ahora no recuerdo su nombre, pero lo voy a buscar para que lo lea.

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