viernes, 12 de noviembre de 2010

Miles de kilómetros al sur

La ciudad estaba estrenando unos extraños y grandes buses blancos que en la ventana posterior decían con orgullo que no llevaban pasajeros de pie. Ella la encontraba fría y desagradable. La noche anterior había dormido con medias gruesas, pijama y tres cobijas que la ahogaban. Esa fría mañana había visto ropa muy extraña, propia de la películas gringas. La mayoría de los hombres usanba pantalones ajustados o de pliegues, medias blancas y mocasines negros, chaquetas de paño con parches de gamuza en las mangas y la camisa bien metida en el pantalón y una pretina escondida bajo cinturones de cuerpo con hebilla dorada. Las mujeres llevaban blusas largas con hombros sobresalientes y correas alrededor de la cintura que las hacían ver muy delgadas. En realidad no había visto ni un negro ni un gordo.

Se había empezado a preocupar, ella era gorda, tenía rasgos bien negros y su ropa colorida y vaporosa no parecía encajar en ese mundo de negro, azul marino y verde militar. Se puso los jeanes más gruesos que tenía, dos camisetas y una blusa que le había prestado su suegra. Seguía con frío. Tomó café, se frotó constantemente las manos y nada, nada le hacía quitar ese endemoniado helaje que le calaba hasta los huesos. Para completar su desdicha sentía un constante mareo y desde anoche al acostarse la aquejaba un horrible dolor de cabeza.

Se estaba quedando en la casa de unos primos que años atrás se habían mudado a Bogotá con los Cuerpos de Paz y habían decidido no irse jamás. No entendía cómo sus primos habían cambiado las playas del Golfo de México por esto. Su primo le dijo que estuviera lista temprano pero le dijo que no iban a salir antes de las 9 de la mañana. Al fin y al cabo el tráfico iba a estar imposible hasta esa hora. Ella quería enviarle un telegrama a su mamá y una postal a su novio para dejarles saber que ya había llegado.

Se montaron en uno de esos gigantescos buses camino al sur. En los costados de la avenida vio cosas que le llamaron la atención: primero, las calles estaban cubiertas de basura, como si nadie se hubiera dado cuenta jamás que era necesario limpiarlas; segundo, que los negocios del mismo tipo pululaban uno al lado del otro, como si todos los comerciantes de los mismos productos se hubieran puesto de acuerdo para vender todos en el mismo sitio; tercero, vio muchas putas en varias esquinas, tal vez no era que hubiera putas, ella sabía que en el resto del mundo, a diferencia de EEUU, había pero nunca se imaginó verlas en la calle en la mitad de la mañana.

Se bajaron en el lugar que le pareció más peligroso, lleno de ejecutivos de poca monta, ventas ambulantes y cientos, por no decir miles, de indigentes. No se había puesto a pensar en la pobreza, ya le parecía raro que sus primos hubieran escogido la montaña, ahora no sabía como podían sobrevivir entre tanta desolación. Se tomaron de la mano, brincaron del bus que se negó a parar cerca a la acera y esquivaron el tráfico con tanta temeridad que ella pensó que ya con ese día había tenido suficiente.

Pasearon por calles estrechas llenas de gente, que parecían los peores burócratas del planeta. En algunas esquinas le ofrecían entrar a puertas que seguramente llevaban a casas de más putas y en unas de esas puertas vio policías fornicando casi en la calle. Le sorprendió como las casonas viejas convivían con edificios decadentes del último siglo y que en cada cuadra había por lo menos una oficina del gobierno. Ya estaban llegando a su destino, eso dijo su primo. Pararon en una pequeña venta para comprar un café y una almojabana. De pronto, unas personas empezaron a correr.

Todo pasó muy rápido, ella apenas tuvo tiempo para reaccionar a los disparos y mucho menos tuvo ganas de salir a correr, su mayor miedo era perderse en esa maraña de gente y basura. En menos de un segundo sintió un chorro caliente por su cuerpo y un dolor agudo le azotó el vientre. Le habían dado. Su primo al botarse al piso no le advirtió nada y tampoco se dio cuenta que una bala la había alcanzado. El dolor la cegó y los gritos de todos acallaron los suyos. Cuando el primo se dio cuenta, ya era demasiado tarde.

La mamá y el novio se quedaron esperando el telegrama, la postal, la carta que les advirtiera que estaba sana y salva. Una semana después recibieron una caja con los restos de una infamia que había pasado miles de kilómetros al sur.

6 comentarios:

  1. Como siempre una muy buena historia, aunque tenga un final triste

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  2. ¡Oh!... me esperaba todo menos ese final.

    Hace mucho esperaba uno nuevo! :D

    Saludos

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  3. A pesar de ser un cuentico, no dista mucho de lo que en realidad pasa hoy día en esta ciudad, y creo que en todas las latinoamericanas del mundo, sonará horrible; pero Sur es SUR.

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  4. Leer un buen cuento es una gran forma de terminar el día. A pesar de lo triste, lo que más me gustó fue la última parte. Gracias!

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  5. Ro, estas acostumbrado a subirnos a lo más alto de la expectativa y, de repente, dejarnos caer, y me gusta :).

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  6. De la cadena causal que engancha las acciones de una persona en un día, a la contingencia inmanente del estar vivos. Conclusión: Me encantan los finales de tus cuentos :D

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