Estaban sentados de frente. Hacía mucho que no se veían las caras tanto tiempo. Entre los dos había una mesa y en ella reposaban un par de vinos. Se habían soltado las manos después de entrar con los dedos entrecruzados. Un beso lánguido que el mesero interrumpió les hizo entender que hasta ahí iban las cosas. Silencio.
Silencio, como aquella vez que descubrieron que no tenían nada que decir cuando estaban comiendo. Entonces los desayunos juntos pasaron de ser una experiencia que combinaba risas y picardías a tediosos momentos para leer el periódico o contemplar la vista de la ventana. Silencio.
Silencio, como esa vez que ya no volvieron a gritar ni a gemir. No tuvieron siquiera que fingir. No había nada, entonces era una mecánica rutinaria para liberar feromonas y fluidos corporales. Primero se acabaron los juegos, después los sonidos, al final se acabaron las ganas también. Silencio.
Silencio, como cuando se dieron cuenta que ya no había qué contar. Entonces los días pasaron de historias de la infancia, de anécdotas de la niñez, de los amigos, de la gente, a las rutinas, al cómo estás, al y qué más. De pronto decidieron no preguntar más. Silencio.
Silencio, como ese día, cuando habían decidido romper la rutina y salir a tomar un trago. Entonces uno rompió el hielo. ¿Está como rico, no? Sí, yo no tenía ganas de quedarme en la casa. Yo tampoco, hay mucha gente. Sí, pero nadie conocido. Nadie. Silencio.
Silencio. Ambos buscaban con la mirada algún conocido que los salvara. Ella esperaba que una amiga la llamara con problemas del corazón. Él esperaba que un amigo apareciera con un trago. Bueno, y por qué me dijiste que saliéramos. Porque necesitamos cambiar de ambiente. ¿Cómo así? Pues sí, es que ahí encerrados siempre. Tienes razón, que pereza. También quería ver qué se sentía ser tu novio otra vez. ¿Cómo así? No sabes decir otra cosa. Mejor callo entonces. No, habla, habla, estoy mamado de que ya no hablemos nada. No hay mucho que decir. Y entonces. Entonces ¿Qué? Silencio.
Silencio, una vez más. ¿Sabes qué? Dime. Sí, hay entonces, me mamé. ¿De qué? ¿Nos vamos? No seas boba, me cansé de esto, si no hay nada que decir, yo hasta aquí llego. ¿Cómo así? Que no quiero estar más contigo. Silencio.
Silencio, se levantó, pagó en la caja. Y ahora sí hubo muchas cosas que contar, ella llamó a una amiga, que también estaba en silencio, y lloró como nunca. No hubo más silencio.
Me gustó. Corta venas y todo pero me gustó mucho.
ResponderEliminarel silencio, hay que saber manejarlo, no exagerarlo... si no se convierte en una joda insportable!!!
ResponderEliminarHace rato que no te veo por mi blog!!!
Buena esta entrada me gustó!
Muy bueno!
ResponderEliminarTriste cuando no queda nada por decir....Cuando la rutina se apodera de nuestra vida.