domingo, 3 de mayo de 2009

Corcovado

Eu sei que vou te amar, así decía la canción que tocaba el CD del carro, estábamos en silencio, ni tú ni yo queríamos decirnos lo que teníamos que decir. Hace un año yo ya me había sentido igual, pero diferente. El año pasado yo me fui con la certeza de que iba a volver, ahora estaba esperando que me tragara el infierno. Me iba, salía de Bogotá con un nudo en la garganta, verte no me ayudaba. Un año antes nos conocimos en medio de una loca noche de copas y sudor que terminó en un encuentro casual contigo, una obsesión por volver a ver tu rostro y un amor que explotó al calor de un tinto y una pan de bono en un cafetín de Bogotá.

Eu sei que vou chorar a cada ausencia tua. Sí, voy a llorar, ya estoy llorando y todavía estás a mi lado, cómo será cuando esté en el avión o caminando por el andén de Copacabana sin ti. Cada vez que me coma un helado, que me sirvan una sopa, que tenga un plato de arroz, que me tome un café en pocillo, que derrita un chocolate en mi lengua. Cada vez que me sienta solo, yo sé que voy a llorar. Eu sei que vou sofrer a eterna desventura de viver à espera de viver ao lado teu. Maldita canción, por qué te la dediqué, cómo te la dediqué, para qué te la grabé en este disco.

Entramos a la bahía del aeropuerto cuando el cantante decía que el amor no necesitaba ser eterno pero sí infinito mientras dure. No nos va a durar. Que mal, no nos va a durar nada. Fue infinito, tal vez, yo no quería que fuera así, pero fue. Hice fila, me requisaron y me entregaron mi pasabordo. Nos sentamos a tomar un café y a ver los aviones aterrizar. Ahí estaba el mío, de Varig, parqueado esperando a los pasajeros. Cuando faltaba una hora para el embarque oficial nos fuimos a la puerta de inmigración. Mis piernas se negaban a decir adiós. Mi corazón comandaba todo, los ojos se me aguaron, me llené de desolación.

Nos dimos un abrazo, sin palabras, sin promesas, sólo un abrazo que se convirtió en beso, en un triste intento por ser uno solo e irnos juntos al Brasil. Recitaste a mi oído la canción -eu sei que vou chorar a cada ausencia tua, vou chorar, mas cada volta tua há de apagar o que a tua ausencia me causou-. Las lágrimas se escurrieron por mis mejillas. -I won’t stop because I know you will come round, right?- Le dije apenas terminó su estribillo, fue lo primero que me vino a la cabeza, la canción que escuchábamos cuando nos arrunchábamos a hacernos caricias. -Si tú no vuelves, se secarán todos los mares, mi voluntad se hará pequeña-. -Adiós-.

Nos separamos, nos dijimos adiós con la mano y en las vueltas de inmigración me olvidé de su imagen por unos momentos. Volví a pensar en sus palabras cuando me senté en la sala de espera de la puerta de embarque. Me imaginé que estaba allá, detrás del ventanal gigante esperando que un carrito se llevara el avión o que la lluvia cancelara el vuelo en el último minuto. No fue así. Nos tocó abordar en orden, arreglar el equipaje de mano y sentarnos. Abrochamos nuestros cinturones, vimos las instrucciones de seguridad y despegamos. Qué día tan feo, no se veía ni Monserrate, esa fue la última despedida de Bogotá.

Dormí casi todo el viaje y cuando el avión estaba llegando me acordé de una canción bella de Tom Jobim. Minha alma canta, vejo o Rio de Janeiro. Apreté el cinturón, como en la canción. A diferencia de Bogotá, aquí el sol brillaba, el agua estaba linda, los brazos de Redentor me dieron una cálida bienvenida, las playas me llamaban a revolcarme en la arena, las barriadas pobres gritaban batucadas, el mar, todo. Me quedé esperando a ver quién aparecía a recogerme. Nadie llegó al aeropuerto, llamé por teléfono, le dije a la empleada que ya iba llegando y me monté en un taxi. No me acordaba la desgracia de esta ciudad, de su pobreza, estaba acostumbrado a otro mundo.

No me acordaba de indigentes completamente desnudos ni de ver robos cada dos segundos, ni de taxistas fumando en el carro ni de los miles de semáforos plagados de niños famélicos pidiendo comida. No, no me gusta esto. No, lo que yo quiero es volver a tus brazos. Dónde quedó Bogotá, nadie sabe, dónde te quedaste tú, nadie sabe. Llegué al apartamento de mis papás, cerca a Copacabana, que triste es este barrio. Solía ser el mejor de Rio, aquí vivían los ricos, los lindos, los más. Hoy es el refugio de la clase media decadente que no quiere abandonar la playa y vivir en los morros cerca a Guanabara. Copacabana ya no es la playa linda de mujeres semidesnudas y hombres acuerpados, ahora es el lugar de los viejos, los homosexuales y los turistas latinos. Una desgracia.

Pagué. Otra cosa se me había olvidado, si usas el baúl del taxi pagas un montón más. Malditos taxistas usureros. Subí los doce pisos. Me quedé viendo la ciudad. Empezaba a oscurecer, pronto tendría el única espectáculo de Rio que realmente me quita el aliento. Listo se prendieron los reflectores, falta que el sol termine de esconderse detrás de las montañas. Montañas, dije montañas, que risa, estos son pichones de montañas. Ya está apareciendo la luna, el cielo está dejando atrás los últimos retoques del rojo y azul y empieza a ser negro. Listo ahí está, el Cristo Redentor flotando el cielo carioca, mientras la luna, esa condenada, se refleja en el mar oscuro y frío del sur del Brasil.

No tuve ni qué pensar, se me escurrieron las lágrimas al pensar en la estrofa que tanto te gustaba, para fazer feliz a quem se ama… da janela vê-se o Corcovado, o Redentor, que lindo. En este momento me encantaría poder terminarla, decir que quiero pasar la vida siempre así, contigo cerca de mi, hasta que se extinga la luz, el calor, la vida del sol. Cojo el teléfono empiezo a marcar y me dan unas impresionantes ganas de gritar, como en el tango de Sabina, dónde estás. Me contestas y te digo la estrofa que acabo de pensar y me respondiste con otra canción, -se eu nao te amasse tanto assim-. Si yo te amara diferente me habría quedado. Pero no podía seguir allá, era mejor terminar así, sin necesidad de decir nada, sin peleas, ni ridiculeces. Las cosas habrían sido tediosas, no te aguantarías un segundo mis ronquidos o mis escupitajos desde el balcón de un apartamento. Tampoco habrías tenido la constancia para limpiar mis orines regados en la ducha o los mocos pegados a papeles diseminados por nuestra casa. Sí, nuestra, quedarme sería pasar a ser nosotros, a vivir juntos.

Te acuerdas cuando te dije que nunca me enamoraría de ti porque me tenía que devolver y no podía. Pues pude, me di mis mañas. Ahora tengo que acabar con la costumbre de llamarte, de estar a tu lado, de que me des besos, de que me invites a caminar. Te acuerdas que te dije que nunca te olvidaría, ahora tengo que fingir que lo hago. No vuelvas, no trates de hacerme feliz, ya lo lograste, por un tiempo. Ya valió la pena

4 comentarios:

  1. Natalia Morales Herrera3 de mayo de 2009, 23:29

    Muy buen post. Bonita historia, de verdad.

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  2. 1. La luna no es una condenada.
    2. Aquele espetáculo do Corcovado à noite é sem dúvida perfeito.
    3. Descreveu tão real o Rio e sua Copacabana...adorei
    4. Tomo como mio el último párrafo...es tan difícil acabar con la costumbre...pero ya valió la pena.
    5. Amei o texto!

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  3. Morí de amor!!!
    Divino!!!

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  4. Escribiste un musical. Solo de ti se puede esperar algo similar, casi te puedo escuchar cantándome.

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