No me gusta.

No me gusta sentirme vulnerable, como cuando doy abrazos.  Piénsalo, el vínculo con el otro es tan profundo que es difícil darlos. Ponemos cerca la cabeza, el corazón y hasta los genitales, rodeamos el cuerpo con los brazos y todas las puntas de los dedos, de ambas manos, te tocan. El cuerpo se estremece y se llena de energía, se lo roba al otro.

No me gusta sentirme vulnerable, como cuando te hablo. Piénsalo, te dije por cortesía que fueras, sin expectativa alguna de que tu respuesta fuera positiva. Dijiste sí y el corazón saltó. Llegaste tarde y ya me había resignado al hecho de que te habías arrepentido, te confieso, yo no sirvo para llegar a un sitio donde hay tantos desconocidos.

No me gusta sentirme vulnerable, como cuando te vi. Piénsalo, salí por ti, te vi y sonreí, sí, porque quería ver tu sonrisa, porque me gusta ese caminar pausado que tienes y que la única vez que he caminado a tu lado me hizo, en general, llevar la delantera. No, no es solo que hables portugués o que seas inteligente, hay algo en ti que me parece atrayente.

No me gusta sentirme vulnerable, como cuando te sentaste a mi lado. Piénsalo, no te podía ver a los ojos, no podía ver tus reacciones, no podía leer todos los gestos que tanto me gustan. Me habría gustado poderte sonreír más, sé que te gustan las sonrisas.

No me gusta sentirme vulnerable. Aún así, me gusta tener ganas de darte un abrazo, me gusta hablarte, verte y que te sientes a mi lado. Eso me gusta de ti.