sábado, 22 de septiembre de 2012

Anónimo: Amigas


Creí morirme a pedazos cuando él me dejó, estaba en todas partes, en mi closet, en mi cama, en mi música, en mis fotos, en mis amigos… Parece que eso, sólo fue algo que creí.
La noche que llegaste te abracé tan fuerte que te levanté del piso, hacía rato no te veía y te había estado esperando con impaciencia. Tomando vino, hablamos del viaje, de tu intinerario, de tu trabajo y del mío. 



Eran ya las tres de la mañana y te vencía el sueño así que nos alistamos para dormir. Como nunca pudiste usar pijama, comenzaste a quitarte la ropa, quince años de mi vida viéndote dormir en camiseta y bragas y solo hasta ese día me sentí incómoda, no sabía si seguirte hablando, si callarme, si hundirme en el computador…  De pronto, me descubrí mirándote fija y descaradamente, intenté mirar para otro lado pero mis ojos se estrellaron con tu cadera y se quedaron fijos. Asustada con mi propio libido, me levante con la excusa de servir más vino y haciendo un esfuerzo, intenté disimular el temblor de mis manos.

La mañana siguiente, creyendo que yo dormía y sin hacer ruido, entraste en el baño. Te escuché abrir la llave de la ducha, “¡puta, esta helada!” maldijiste en susurro. Te escuché cerrar la puerta y me llegó una nebulosa de imágenes, te imaginé húmeda, con gotas resbalándose en tu cuerpo, llena de espuma, con los ojos cerrados y la boca ligeramente abierta para respirar entre el vapor… Sentí el impulso de abrir la puerta, de entrar contigo, de verte de cerca, de enjabonarte yo y de cerrarte la boca con un beso.

Esa noche salimos a comer. Hablamos de ropa, de zapatos, de amigos en común, de hombres. Fuimos las mismas amigas de siempre, esas que se esperaban en los descansos del colegio para almorzar juntas, esas que hablaban horas por teléfono, esas que se turnaban para emborracharse en las fiestas, esa que se lloraban las penas de amor. Con todo y eso, mis ojos solo estaban en tu boca, y mi cabeza, contigo en la ducha.

“Veamos una película” –propusiste a los pocos días-. Compramos vino, queso y luego de discutir mucho, accediste a dejarme fumar. Durante la película, pensé mil veces en acariciar tu mano y mil veces no fui capaz.  Con un movimiento perezoso pusiste tu cabeza en mis piernas y subiste las tuyas a la sofá, por un momento, pensé que volvía a temblar. Mis dedos se enredaron en tu pelo, “no, que me quedó dormida” –me dijiste-, sin embargo mi mano siguió acariciándote. Con la respiración acelerada y ese cosquilleo tan bien conocido por nostras las damas, acaricié tu cuello, tu hombro, tu cintura y llegué a tu cadera, la misma que aparecía en mi cabeza una otra y vez desde que vi cómo te quitabas la ropa. Titubeé un poco, pero ya no podía pensar o retractarme. Metí la mano por debajo de tu blusa y sentí tus senos, nunca había sentido otros distintos a los míos, “¿Marica que haces?”- dijiste sin alterarte-. No respondí, mi mano se congeló pero no la saqué de tu blusa ni tu te levantaste de mis piernas. 

Me decidí a seguir, rocé tus pezones  con la punta de mis dedos, sentí como se estremecían al tacto, los apreté torpemente y te escuché exhalar tan fuerte que exhalé yo también. Sacaste mi mano, te levantaste de mis piernas, me miraste y me dijiste: “Para ya huevón”. Te escuché, pero te no entendí, veía borroso, veía en luz tenue, veía tibio… Aproveché que estabas de pie y te empujé contra la pared, te solté el cinturón , te desabotoné el pantalón, metí mi mano y me congelé. Toda mi vida había encontrado penes al meter la mano, sabía perfectamente como cogerlos y que hacer después, pero esta vez, era diferente, era nuevo y totalmente desconocido. Quedé fría, totalmente quieta, no supe que hacer.

Saqué mi mano y evitando tus ojos, caminé hasta mi cuarto, cerré la puerta y me tumbé de cara sobre la cama, no era capaz de pensar, no quería tampoco. La puerta se abrió pero no quise mirar. Sentí como caminabas hacia mi, sentí tu mano bajar por mi espalda, sentí como tu respiración se acercaba lentamente a mi oído, esta vez fuiste tu quien acarició mi pelo. “¿Viste que sí eres más gay que yo?” -me dijiste-, entre el sudor frío, el calor, el cosquilleo y el miedo, me reí. Te tumbaste a mi lado, nos miramos unos segundos y nos quedamos dormidas.
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Esta es la tercera historia de #septiembreanónimo. A la persona que lo envió, gracias.

2 comentarios:

  1. Muy buena y taaaan familiar... me hizo sentirme su protagonista por un momento.

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