Me quedé ahí, esperándote. Me quedé ahí, congelándome. Me quedé ahí, como un idiota. Te estaba esperando con un chocolate, con una sonrisa, con mi pelo recién cortado y las manos calientitas. Tenía todo planeado, menos que no llegaras. No llamaste, no dijiste me demoro, no se te ocurrió que yo podía estar muriendo de frío en un rincón de esta ciudad. El viento helado comenzó por socavar las fuerzas de mis brazos para darte un abrazo, después cuarteó los labios que tanto querían un beso tuyo, finalmente acabó con las fuerzas de mi corazón.
Ella, la cuentera, seguía ahí en su rutina hablando de pendejadas, diciendo chistes que no me entraban. Me paré, me di la vuelta y comencé a caminar frenéticamente. No era para encontrarte, era para encontrarme. Entré a la iglesia, saludé a la virgen en su manto azul, le di la vuelta a la plaza y me llené de sus vendedores de cachivaches.
La gente, el tumulto, mi vida, pasaban por mi lado. Nada ni nadie me importaba. Seguía con frío, ahora hasta la punta de los dedos de mis pies me estaban diciendo que necesita tu calor. Tu no fuiste capaz de aparecer. El chocolate estaba en mi bolsillo pero no se derritió, me lo comí, me supo a mierda, como me sabía el contaminado aire y las uñas de mis dedos. Quería gritar en ruso, en chino, en lo que fuera, decirle al mundo que te odio.
Así es, te odio, me partiste el corazón como el vidrio de un accidente, lo dejaste vuelto un polvero de pedacitos. Sí, así fue, porque se congeló con el clima bogotano y tú le diste con el cinzel hasta que se acabó. Fin, final. Sentenciaste nuestro final. Seguí caminando, dando vueltas en la ciudad como cuando las doy en la ciudad. Me siento en un cafetín, pido un tinto, me siento afuera en la acera, un negocio de al lado tiene una emisora con una canción de Ricardo Arjona: me tomo un café con tu ausencia y le enciendo un cigarro a la nostalgia... nostalgia, cantaba Sabina que no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió. Seguía Arjona dándole un beso al espacio vació y acariciando la espalda a la memoria.
Maldito Arjona, él sí te encontró, estabas cocinando recuerdos en una estufa y en las sombras de una hijupueta cortina. Ja, me rio en tu cara Arjona, lo que estás es viendo fantasmas. No niego que sería deli ver al menos tu espíritu rondando mi casa, pero ya ni eso tienes. Cómo reírme, no pudo siquiera mover mi boca. Me dejaste sin nada, sin ganas, sin recuerdos, sin nostalgia, sin ti.
Arjona gritaba al otro lado del parlante que realmente no estaba tan solo, miro a mi alrededor y lo que veo es gente sola. Un muchacha que camina sin mirar al frente, un niño que desesperadamente busca a su mamá en las miradas perdidas de secretarias que se apresuran a tomar el bus que las lleve a sus propias desgracias. Había un hombrecito, literalmente, que sonreía ficticiamente para invitar a la gente a comprar. Otro más allá trataba de seducir con horribles palabras a las niñas de minifalda colegial que pasaban por su lado. Al fondo estaba la Torre Colpatria, esa más sola aún, al final, como un totem que nos recuerda lo triste que es nuestra pobre existencia. Al otro lado había unos árboles lánguidos y tristes, con las hojas oscuras y el tallo alicaído.
Todo me pone a pensar en ti. No quiero pensar, voy a hacer como Arjona y pretender que no estoy tan solo, que mi celular, que mi música, que mis vecinos tienen alguna clase de forma especial que me deja vivir. No me voy a dejar. Al fin y al cabo la nostalgia peor era la de Buenos Aires y España. Ambos están muy lejos y no me puedo poner a gritar, como hizo Sabina en el Río de la Plata, dónde estás.
Me encantan todas tus historias, gracias por compartirlas!!!!!!
ResponderEliminarMe gusta mucho mi amigo!! Muy buena historia
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