martes, 15 de febrero de 2011

A las 4 de la mañana


¿Quién ya vio un transeúnte a las 4 de la mañana por Bogotá? A David le gustaba salir a esa hora a recorrer la ciudad. A esa hora, según él, sólo estaban en la calle los guardias esperando con prontitud las 5 para hacer cambio de turno, una que otra ambulancia recorría a toda velocidad las avenidas, no se escuchaba otra cosa que los pájaros cantar, las fábricas a lo lejos funcionar y de vez en cuando un avión. No hay hora más dormida que las cuatro. Hasta los sábados y los domingos la gente ya ha pernoctado en sus casas o ha buscado un lugar clandestino para amanecer.

Sí, a esa hora era perfecto andar por las calles. Siempre vestía lo mismo, él decía que era el secreto para no llamar la atención. Se ponía un par de pantalones viejos negros, unos zapatos con suela de goma que no hacían mucho ruido al caminar, una chaqueta de tela fina que remataba en una capota que protegía sus oídos y de vez en cuando le cubría la cabeza de la llovizna, un abrigo largo de un paño regular que le cubría hasta las rodillas, un par de guantes de cuero. Su aspecto era tan lúgubre que ni siquiera la policía se atrevía a pararlo. Parecía un guardia del servicio de inteligencia, un espía venezolano o un agente secreto gringo. Nadie habría pensado jamás que él se dedicaba a cuidar la ortografía de los libros en una editorial y que tomaba fotografías de gente empelota para vender por internet.

Lo obsesionaban las cámaras fotográficas, se había dedicado a recorrer mercados de cachivaches para conseguir viejas reliquias y había desarrollado sus propias técnicas para reparar algunas de esas máquinas que alguien había dejado en desuso cuando un engranaje se rompió o una lente se rayó. En una estante que hacía las veces de separador entre su improvisado cuarto y el comedor tenía cámaras que iban atrás en el tiempo hasta 1920. Qué cosas habrían podido registrar esos sistemas de lentes, luces y oscuridades, sólo dios sabe. Últimamente usaba una cámara análoga para tomar fotos de las cosas que le llamaban la atención y una digital para las de sus clientes. Le gustaba ver como gente de todo el planeta se excitaba viendo penes o tetas que estaban a cientos y miles de kilómetros de distancia.

La primera vez que había hecho una sesión de fotos se había arrechado mucho viendo la escena de besos y abrazos, ahora era algo tan natural, una parte más de su rutina que no sentía atracción alguna por las modelos ni las poses ni las caras. Los despachos los hacía los lunes y los miércoles. Los martes y los jueves los dedicaba a leer y corregir bestialidades que 'grandes plumas' escribían y los viernes salía despavorido de Bogotá para evitar la sórdida vida nocturna, para encontrar en los pueblos alguna cara bonita y para descansar de esa horrible polución que hace tantos años aquejaba a su ciudad. Era también para evitar el smog que caminaba a las 4 de la mañana, a esa hora apenas pasaban buses y el viento montañero se había llevado todos los malos olores de la ciudad.

El apartamento donde vivía quedaba en un renovado edificio de un antiguo suburbio de la capital. La ventana principal daba a un canal, que las placas llamaban insistentemente de Río Arzobispo, lugar que parecía una cañería, curiosa analogía con los secretos que seguramente guardaba la curia en la Catedral. A veces por las mañanas un par de palomas se paraban en la baranda que protegía la ventana y muchas veces al caer la tarde, cuando corre esa brisa helada que cala hasta los huesos, él dejaba las ventanas abiertas y entraban hojas de aguacates, magnolios y urapanes que aromatizaban su casa y le daban un aspecto rupestre.

Era fresca la mañana de enero helada como pocas. Era la cabañuela de marzo. El pasto del antejardín del edificio todavía no estaba cubierto de rocío, en un par de minutos lo haría y la temperatura bajaría tanto que las gotas se congelarían y las puntas del kikuyo dejarían de ser verdes. Tres días del año habían pasado y todo seguía igual. A David ya no le extrañaba que su mamá no llamara, seguramente estaba de viaje como así muchas veces sin previo aviso gastando la plata que él mandaba con una impresionante puntualidad. Había pasado el cambio del año caminando, como tanto le gustaba. Se había se encontrado con borrachos, gente corriendo por las esquinas y había escuchado la pólvora oficial que la alcaldía había gastado en el centro y se había tomado una botella de ron al llegar a la casa.

El primero de enero había caminado de día, como le gustaba Bogotá los 25 de diciembre y los primero de enero, esos días no había ni un carro en la calle, ni un muerto en las clínicas, ni un doliente en las funerarias. Esos días la ciudad moría. Moría como estaban muertas las flores de los jardines aledaños esa mañana, que impresión, con dos fríos los novios, las hiedras y los liberales se habían resignado a parecer un bodegón. El dos de enero no había salido, la caminada del primer día del año lo había llevado hasta lugares extraños en los que había deambulado y visto cosas sorprendentes como una abandonada estación de tren y una plaza pueblerina. Se había aterrado con la cantidad de contenedores que se agolpaban cerca al aeropuerto y sintió un escalofrío al descubrir qué putas había lejos de su casa.

Sus porteros ya no se sorprendían cuando sentían sus golpeteos en las escaleras, que bajaba de dos en dos, y le tenían a las 4 de la mañana la puerta sin seguro para que saliera a deambular. Ese día decidió seguir el camino del río hasta el Parque Nacional y allí subir algunos de sus pasadizos y de pronto recorrer la circunvalar al norte hasta que pudiera bajar a San Fermín a desayunar. La vez pasada que había tomado chocolate en ese tradicional cafetín de Chapinero había reparado la cantidad de parejas que iban allí a calentar el amanecer. Los domingos era muy divertido ver a grupos de niños tomar caldo después de salir de Theatron y a ancianos que iban a la primera misa de Lourdes comiendo huevos, pan y aguadepanela.

El río apenas llevaba agua, si alguien lo había visto en noviembre con aquellas aguas marrones que corrían a toda prisa buscando el centro de la sabana no se habrían imaginado jamás que ese majestuoso caudal se convertía en esa triste cañería que huele a las heces de todos los que duermen debajo de los puentes que lo atraviesan. Sólo se desvió en la avenida Caracas, giró a la derecha y decidió seguir su camino por la calle 39, al fin y al cabo dos cuadras más arriba se encontraban el río se convertía en el separador de la vía y no le gustaba pasar por ese triángulo detrás del UGI donde siempre veía, sin importar la hora, gente fornicando.

Hubo un momento, cuando atravesó la carrera 13 que sintió que en las sombras de los árboles alguien lo seguía con la mirada. En su mano izquierda siempre tenía un par de monedas para darle a uno de los muchos hambrientos que pedían dinero. A veces las sombras inventan formas y sensaciones. Como estaba cerca al cuartel de policía sabía que el mayor peligro era que uno de los agentes estuviera ganoso y decidiera arrinconarlo contra uno de esos helados muros como había visto que hacía un auxiliar bachiller con un muchacho que bajaba con prisa por esa calle. Siguió su camino y cuando pasó la Séptima sintió que los ojos que estaban en la 13 lo estaban siguiendo.

En el Parque Nacional estaba el camión armando una tarima y recordó que era domingo. No tener horario y en año nuevo le habían dañado un poco la ubicación temporal. No iría más por la circunvalar al norte, fijo había maricas comiendo en San Fermín, mejor al sur, atravesar el Parque de la Independencia y desayunar como un cachaco de antaño en La Florida. Subió hasta el reloj, sintió el primer albor de una luz detrás de los cerros y se extrañó. En esta época del año el sol no sale antes de las 6. No se había demorado dos horas en llegar al Parque Nacional, eso era ridículo y tampoco creía haber salido más tarde que lo habitual. No usaba despertador y no usaba reloj, los afanes de la ciudad nunca los había entendido.

Se dio la vuelta para ver el antiguo regalo del gobierno helvético a la capital y vio que en efecto era más tarde de lo que creía pero no tanto para justificar una repentina repentina salida del sol. Sí, es verdad, se había distraído pateando unas hojas arrumadas de las que había salido un pequeño ratón; también, había tenido varias pausas para ver pequeñas placas que les habían puesto a algunos árboles torcidos y que rezaban que en efecto pocos días después serían talados como medida de prevención para evitar un accidente por su vejez y la podredumbre de sus tallos.

Decidió andar por debajo de la rotonda de los enamorados, lugar que siempre le olía a sexo y marihuana. No había entendido cómo una pareja se podía acomodar en esas heladas bancas para practicar algún tipo de actividad sexual y no entendía por qué de todos los lugares bizarros de Bogotá los fumadores elegían ese lugar para encender sus cigarrillos. Volvió a sentir que los ojos que lo seguían desde la carrera 13 y por primera vez en mucho sintió un escalofrío.

David no era bueno con los sentimientos. A él le daba miedo decir y mostrar las cosas. Sudar, por otro motivo diferente al sexo le parecía una terrible costumbre contemporánea y en su mente nunca había un buen momento para que la piel se erizara, excepto en aquel pequeño instante en el que estando desnudo el agua de la ducha no estaba en el punto de caliente que deja la piel roja y vaporosa. En su espalda sintió una helada gota de miedo correr en uno de los caminos que surcaban su espina dorsal y los brazos parecían el cuero de un pollo recién desplumado. Empezó a caminar por los senderos iluminados, atravesó el Teatro del Parque y se volvió para ver la ciudad que empezaba a despertar. Algunos apartamentos ya tenían televisores resplandeciendo en las ventanas y ya empezaban a sonar cafeteras, duchas y licuadoras. Que bella era Bogotá a esa hora.

Un bus escolar pasó afanado por la carrera quinta y David se acordó con desprecio de aquellas épocas en las que tenía que despertarse por obligación a rezar el rosario y estar listo a las 5 para montarse en un bus de niños en el que todos jugaban fútbol y lo excluían por querer ser artista. Cuántos de esos jovencitos habrían amado el trabajo de él, muchos, casi todos hablaban con emoción de las tetas de fulanita y lo fácil que era menganita. No podía recordar la última vez que los había visto, esos malos recuerdos se borraron el día que todos aquellos machos se abrazaban y besaban llorando porque el colegio había acabado.

Con los ojos cerrados pensaba en eso, como le molestaba tener que recordar esos terribles eventos del pasado. Un golpe seco y silencioso le tiró la cabeza hacia atrás, lo despeinó y produjo un impresionante reguero de sangre. Un tubo de metal, que seguramente estaba refundido del armazón de la ciclovía, fue el arma utilizada. David escasamente pudo pensar. Le pasaron por la cabeza mil recuerdos, caras, cuerpos, besos, abrazos, despedidas. Quiso gritar de dolor y cuando se disponía a hacerlo el cuello, estirado por el mazazo en la espalda, recibió un golpe que lo terminó de cubrir de sangre.

Sintió como se ahogaba con su propia sangre, sus manos trataban con angustia de limpiar su tracto respiratorio y con un tercer golpe en la cabeza desfalleció. Su mente iba a mil por hora. Alcanzó a pensar en su mamá que no sabría que estaba muerto hasta un par de semanas más; su portero sería el primero en notar que no volvía; sus clientes se molestarían y pronto encontrarían otro proveedor; en unas horas un transeúnte tropezaría con su cuerpo en descomposición. Mañana no aparecería en ningún periódico y no habría obituarios. Quería despedirse y pedir perdón. No hubo ni forma de decir adiós.

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Comencé la celebración de los 3 años de El Bayabuyiba un mes antes de la fecha de conmemoración. A mí me fascina la madrugada y en parte este cuento es una oda al mejor momento del día. La celebración de este año contará con la participación de personas que tienen un excelente gusto artístico y literario, además de otros bloggeros. Este post es cortesía de David Beltrán (@noyereve) quién aportó esa fabulosa fotografía que inspiró la historia.

3 comentarios:

  1. omgggggggggggggggg fuerteeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee
    como siempre la logras!! :D Felicitaciones por el nuevo año

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  2. un placer, muchas gracias por la invitación

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  3. Gusta, gusta,me entretuviste como siempre y luego me aterrizaste duro!

    Felicitaciones!

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