domingo, 14 de octubre de 2012

Amarillo, azul y rojo

El primer oso salió de la bolsa y se desperezó. Su nombre, como su color, Azul. Azul estaba enamorado de Amarillo. A Amarillo le gustaba Rojo. Rojo estaba secretamente enamorado de Amarillo pero no era capaz de decirle nada. Azul no había terminado de desperezarse cuando Laura lo cogió con la mano y se lo mandó a la boca, en menos de lo que canta un gallo le quitó la cabeza. Álvaro dejó a Amarillo y Rojo sobre el computador, tenía que salir corriendo a dejar a Laura en un entrenamiento.

Rojo tenía ese color porque le apenaba estar cerca de Amarillo. Amarillo era así porque tenía los ojos rasgados, lo habían importado y duró como 10 días en un barco, atravesando el Pacífico. Saludó en un tímido inglés, se imaginó que en estas lejanas tierras nadie le podría responder. Se equivocó, Rojo originalmente había hecho parte de un lote para el mercado gringo y, como era un oso aplicado, sabía más inglés que cualquier otro en la fábrica.

La conversación duró un par de horas, incluyó viajes en Google Maps para mostrarse las fábricas dónde fueron fabricados, hablaron de anécdotas en las bodegas y Rojo contó que aunque estaba destinado a Estados Unidos, resultó que su color era para febrero y cuando estuvo listo ya era demasiado tarde, se tuvo que quedar en el mercado nacional. Amarillo intentó un beso, Rojo casi explota. Una caricia, una pierna, unas cosquillas en la panza. El lenguaje de la urgencia del sexo se habla en todos los idiomas.

Laura entró con prisa a ver cómo se robaba uno de los dos osos que Álvaro había dejado en el computador. Se quedó en silencio cuando vio en la pantalla del computador unas escenas pornográficas y a Rojo sobre Amarillo. Se apresuró a tomarles una foto, le dio Amarillo a Álvaro y con un ataque de risa se comió a Rojo.


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